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Esteban Widnicky

Viaje a la fiesta de Iemanjá: un encuentro con la diosa de las aguas y el éxtasis religioso

En la playa del Río Vermelho, el calor empieza a amanecer junto a la luz, el aire parece no existir y a la gente mucho no le importa. Van y vienen en estado de vigilia y ensoñación, extasiados por el acontecimiento.

Veo el reloj (son las 6 de la mañana), me siento en un bar, pido un jugo y me dedico a observar. La mayoría de la gente proviene de este
inmenso país y todos buscan la ayuda de la Iemanjá, le piden favores, le obedecen.

En un momento, los que van y vienen son mujeres enfundadas en vestidos blancos y con gorros anchos; son las  famosas cocineras de las calles del norte de Brasil.

Las mismas que preparan esa típica y famosa comida de siglos  llamada acarajé, pasta de garbanzos rellena de camarones, el Mc Donald’s de los pobres y una verdadera exquisitez.

Todas caminan en una misma dirección: hacia el mar. Pago mi jugo y me voy siguiendo esa especie de procesión. La fiesta dedicada a Iemanjá, la señora de los mares y océanos, pasó a ser el mayor acontecimiento de masas en Brasil.

Desde hace décadas, cada 2 de febrero se congregan miles de bahianos y otro tanto de curiosos y viajeros a celebrar lo que se conoce también como el Día de Confraternización Universal.

Integrantes de todas las clases sociales se hermanan por una mítica fuerza de voluntad, sin preconceptos ni discriminación, y rinden homenaje a la Orixá Madre; es una perfecta fiesta democrática, llena de color y magia.

Ningún evento puebla tanto las playas de Bahía como el ritual de Iemanjá a comienzos de febrero. 

Rumbo al mar

Mientras voy rumbo al mar, un vendedor ambulante se pone a mi lado. Se llama Pedro, es bahiano, tiene los dientes grandes y una sonrisa de oreja a oreja, hoy es su gran día de ventas pero también un día de respeto y devoción. Dice que “ella” es conocida también como Janaína y por ser la reina del mar viste de suaves azules, celestes y blancos.

Tiene grandes pechos, como símbolo de la maternidad, y su nombre significa “gran madre cuyos hijos son los peces”. Le gusta el maíz blanco, el aceite de dendê, la cebolla y el camarón. Ella es dueña de los frutos y riquezas del fondo del océano. Rige las aguas, decide sobre la vida de los hombres del mar…

Miles de fieles bajan a la playa sus ofrendas para la diosa, a la que los navegantes le piden por una vuelta sanos y salvos a casa.

Las mujeres de los navegantes le llevan cartas solicitando protección para sus maridos, otros le ruegan por el amor perdido o la salud de un ser querido, pero si las cartas vuelven a la costa significa que la diosa las rechazó. Dicen que los valientes que perecen en la inmensidad del océano, se van a dormir a su lado para siempre.

Todo aquí es místico y extraño, como un sueño lejano. “La jornada será larga amigo mío –me dice Pedro– y deberás estar muy atento y abierto a lo que suceda”. Su advertencia me entusiasma, me hace olvidar que ya llevamos una hora andando en  medio de la multitud y que, en estas costas de arenas de fuego, me queman las plantas de los pies.

Leyendas lejanas

El culto a esta diosa nace en el río Ogun en Abeokutá, Nigeria, y responde a la necesidad humana de cuidar el agua, elemento imprescindible para sobrevivir y perpetuar las especies. Para los aborígenes, su fuerza (en principio sin íconos y luego representada por el arte yoruba hasta sincretizarse con los santos católicos) residía en una piedra extraída del mismo río venerado como sagrado.

El culto a esta diosa nace en el río Ogun en Abeokutá, Nigeria, y responde a la necesidad humana de cuidar el agua, elemento imprescindible para sobrevivir y perpetuar las especies

El tráfico de esclavos hacia la América colonizada y la consecuente diáspora, hizo que la madre de casi todos los orixás (dioses) extendiera sus dominios al insondable mar y cediera parcialmente las aguas dulces a Oxum, su hija-hermana menor y predilecta en las leyendas. La orixá africana reina de las grandes aguas ha sido pintada, recreada en prosas y poemas, y le han dedicado temas cantautores como Caetano Veloso, Gilberto Gil, Marisa Monte y Rúben Rada.

Los pulverizadores con agua perfumada son un clásico entre la multitud agitada en Iemanjá.

El candomblé se estableció en Salvador, haciendo de la ciudad uno de los lugares de culto más grandes de Latinoamérica. Se transpira devoción en cada esquina, en cada casa, en cada uno de los tantos bares y terreiros de esta urbe tropical, tan brasilera como africana, salpicada de reminiscencias portuguesas. En esta ciudad hay más de 300 iglesias, una por cada día del año según dicen sus habitantes.

Los conquistadores intentaron borrar los signos que conectaban a los esclavos con sus orígenes africanos, pero nunca pudieron ni siquiera mediante el uso de la fuerza. El sincretismo religioso y la capoeira son consecuencias directas de la opresión que ejercían los brutales colonizadores.

Así, los orixás fueron disfrazados con ropas cristianas: Iemanjá fue encubierta como la Virgen de la Concepción. Bajo esas formas podrían adorarla. Con la capoeira ocurrió algo similar, ya que era un arte marcial traído de Angola. Como los portugueses no dejaban a los esclavos practicar ningún tipo de lucha, fue disimulada en una danza.

Éxtasis nao tem fin

Pedro, el bahiano que me guía, me vende una cerveza en el camino. Lleva con él alrededor de 100 latas y dice que las venderá en una hora. Y así se irá nuevamente en camino inverso por más bebida fresca. Pienso que es muy temprano aunque la realidad es otra. Los rituales comenzaron antes del amanecer con la playa semidesierta.

Se encendieron velas y se rezaron viejos cantos en lengua yoruba, antiguo idioma proveniente del África sub-sahariana. Los niños juegan a orillas del mar y los saveiros, embarcaciones típicas del lugar, esperan el atardecer para partir y dejar las ofrendas mar adentro: más de un centenar de canastos repletos de flores descansan sobre un gran palco en la playa, custodiadas por una imagen de la diosa.

A lo lejos se ve una cola de cientos de personas alrededor de una casa pequeña. No llega a ser una iglesia pero es el refugio de Iemanjá y los fieles esperan desde muy temprano bajo el sol abrasador para entrar y dejar sus ofrendas al pie de una estatua.

Las personas entran en orden, una tras otra, y fugazmente dejan sus caramelos, bombones, perfumes, jabones, flores (la diosa es coqueta); luego posan las manos sobre su figura, acariciándola en señal de respeto y devoción y salen para perderse entre la marea humana.

Los fieles bailan, gritan, lloran y ríen… algunos hasta el desmayo. El incesante redoblar de la percusión ayuda a llegar al estado de trance. De pronto el extravagante hombre se para y una paloma blanca aparece entre sus manos, que inmediatamente saldrá volando en dirección celestial

Más abajo está la playa y cientos de seres en una de las tantas ruedas que giran en la arena. Un hombre vestido de pantalón blanco y camisa con motivos búlgaros, botas y sombrero tejano, invoca a los dioses arrodillado frente a los tambores que suenan.

Los fieles bailan, gritan, lloran y ríen… algunos hasta el desmayo. El incesante redoblar de la percusión ayuda a llegar al estado de trance. De pronto el extravagante hombre se para y una paloma blanca aparece entre sus manos, que inmediatamente saldrá volando en dirección celestial. Éxtasis para la reina.

Retirada

Me toca despedirme de Pedro, a quien había perdido en la multitud. Se lo ve feliz, me cuenta que vendió 600 latas
del preciado líquido, todo gracias a la diosa omnipresente. Camino hacia el fin de este mágico día. Las olas rompen violentamente en la orilla.

Se acerca el atardecer y es la hora de llevar los cestos de flores hacia los saveiros. Varios grupos de chicos se ocupan de trasladarlas dentro de pequeños botes, sorteando el oleaje violento. Poco antes del crepúsculo, las embarcaciones zarpan mar adentro. Después de mil súplicas, me dejan subir a una. Está repleta de ofrendas y fieles que las lanzarán al océano.

En la playa, la imagen de Iemanjá es llevada en andas entre una gran cantidad de gente que se amontona a su alrededor. Es el lugar indicado y el momento justo, la fiesta está en el cenit de lo religioso y lo más pagano que yo pueda recordar.

La estatua finalmente es trasladada a una de las barcazas, que inmediatamente sale a navegar, liderada por una sacerdotisa y unos pocos acompañantes privilegiados. Todos navegamos a la par hasta cierto punto indefinido, mientras van arrojando los obsequios.

Una vez allí, los barcos hacen una gran ronda, y súbitamente el océano se convierte en un hermoso colchón de flores. El viento sopla y grita con más fuerza. Las aguas se revuelven balanceando los saveiros con armonía. Iemanjá está presente y agradece sus regalos.

https://www.youtube.com/watch?v=-oX3DrlmbRY&t=18s&ab_channel=PosTV