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@Tucker Ranson/Getty images

Sensual psicodelia latina: Guía para escuchar “Abraxas” de Carlos Santana

El 23 de septiembre de 1970,  cinco días después de la muerte de Jimmi Hendrix, salía “Abraxas” de Santana. El disco, de la banda liderada por el guitarrista de origen mexicano Carlos Santana, enfrentaba con hechicerías sonoras afrolatina, el clima de despedida de la cultura psicodélica. El guitarrista nacido en el estado de Jalisco, había llegado a mediados de los 60 y pudo vivir el auge de la contracultura en su mismísimo centro geográfico. 

En pocos años, su talento y una cuota de buena fortuna, le dio la chance de tocar en el icónico festival de Woodstock en 1969, uno de los últimos picos de los tiempos hippies. Allí vivió un tremendo ritual psicodélico, cuando Jerry García, de los míticos Greateful Dead, le convidó una generosa dosis de LSD, que aceptó porque el horario en que tocarían le daría tiempo a finalizar el viaje. Pero todo conspiró en contra, o a favor, porque se adelantó la hora de su presentación. Y tuvo que subir en pleno trip. Antes de tocar, pidió asistencia divina, para mantener la concentración. El show, finalmente, se convirtió en uno de los momentos más inspirados del mismo festival donde Hendrix parecía estar mostrando poderes más atenuados, luego ya de tantas travesías. 

De muchas maneras, en ese empoderamiento guerrero, Santana supo tomar una posta, como músico explorador, en un linaje de artistas expansores de las conciencias. Y si ese don estético pudo insinuarse en el disco debut “Santana” de 1969, fue en “Abraxas” donde quedó plenamente registrado ese poder que la banda entera mostró en Woodstock.

La formación que hizo el disco fue la misma que tocó en vivo unos meses antes: Gregg Rolie  en teclados y voz líder, David Brown en bajo, Michael Shrieve en batería, José “Chepito” Areas y Michael Carabello en percusión y Carlos Santana en guitarra líder. Juntos lograron un cóctel único con bases en el rock psicodélico, el rythm and blues y una sabrosa presencia rítmico percusiva afrolatina que no había tenido una valorización tan fuerte en la escena del rock global.

La portada de Abraxas por el artista alemán Mati Klarkwein.

El elemento que hizo que todas esas fuentes comulgaran felices, fue la grandísima capacidad melódica de la guitarra líder, que podía tener filo acidúlico tanto como la posibilidad de crear paisajes ensoñadores. Y, por sobre todo, la virtud de crear una sonoridad tan carnal como litúrgica. Es  comprensible, entonces, que para obtener un nombre, el disco haya invocado a una deidad de gnósticos orígenes remotos.

La explicación de su identidad se da en una cita del libro “Demian”, del escritor místico Herman Hesse, que aparece en la contratapa:  “El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El dios se llama Abraxas”. A lo largo del texto, el intelectual alemán dará cuenta de la virtud integradora de esta deidad para  unir el bien con el mal, lo bueno con lo malo, la vida con la muerte. Y explica como la comprensión total de esta integración de aparentes opuestos convierte a la existencia en una aventura.  

Inmerso en esas regiones simbólicas, el disco se inicia con una invitación a abrir las puertas de la percepción. En “Singing Winds, Cryin’ Beasts”, piano y percusión construyen un espacio arcaico, casi por fuera del tiempo, donde hace su aparición primera la guitarra con distorsión, con actitud épica e ímpetu de crear mundos.

Las congas aportan un seductor aire budú, las frecuencias agudas dialogan como presentándose, sin competir. Y el piano eléctrico acuoso dibuja un pantano lleno de vida latente, hasta que los sonidos graves presentan un entramado caliente, tenso y gratificante.

 

Ahi nace “Black Magic Woman/Gypsy queen”, donde se unen dos canciones provenientes de mundos diferentes: el rock psicodélico del guitarrista de inglés Peter Green y el jazz étnico del húngaro Gabor Szabo. El lugar que se manifiesta en esta música es pura sensualidad latina. La escena implica la adoración de una diosa hiper terrestre. Percusión y batería abrazan juntos la magia negra, en consumado goce afrocaribeño.

En ese templo, Carlos Santana acaricia los sentidos con un erotismo apolíneo, donde cada nota se presenta con pleno valor y respeto por las que se fueron o van llegando. El ritmo crece, la guitarra se pone filosa. Las congas y el cow bell disfrutan del juego. Y excitan a quien se entrega a la escucha. El bajo es machacante. La guitarra exhibe firmeza guerrera. Y estalla suave, en orgasmo de feedback repentino.

“Oye como va”, hitazo del jazzero Tito Puente, brota sorpresivo. Entramos a su latinidad absoluta, sin casi darnos cuenta. Las teclas presentan el groove que le habla en su idioma a las caderas. El bajo entiende el código y lo vuelve sólido, hipnotizante. En esa calidez afectiva y sexual. Las percusiones aportan solos de lógica demencial, al tiempo que el piano eléctrico mantiene encendido el fuego. La guitarra, establece un discurso experto, donde cada microsegundo de su presencia es exactamente cómo debe ser. Seguramente esta certeza absoluta guarde saberes indudablemente espirituales.

El lado A del disco termina con “Incident at Neshabur”, un episodio funkie jazz rock lleno de contrapuntos de riffs filosos, en pulso frenético que parece urbano. Pronto todo va cambiando, hacia una especie de bolero rock, donde Santana aporta un solo lleno de dulzura, que regala la sensación de caricia amorosa en plena unión genital. 

“Se Acabó”, tema del percusionista nicarahuense Chepito Areas, abre el lado B del vinilo. El ritmo cobra notoria velocidad, en una estructura funkie rock con alma ritual afro, que deja lugar triunfal a un solo de timbaleta que, escuchado con auriculares, regala un placer sonoro único. 

n “Mother’s Daughter”,  el pulso sigue acelerado, la canción parece referirse a una forma de queja amorosa. La banda suena tan unida, que aún en una música menos impactante, da la sensación de que todo lo que toquen será jugoso, entretenido y potente. 

En “Samba pa’ Ti”, uno de los máximos hits escritos por el propio Santana, lo que podría ser sólo una composición romántico sensual, se convierte por su delicadeza sonora en una música no sólo para ingresar con suavidad en el juego amoroso, sino también en alguna clase de remedio para propiciar la calma. La melodía que va dibujando Santana, con maestría, es imaginativa, envolvente, serpentaria.

El tema que sigue, “Hope you´re feeling better”, trae de nuevo la celeridad. Parece bien de su época, con su sonido rocker rutero propio de bandas sonoras de películas con  motoqueros existencialistas como “Easy rider”, de Dennis Hooper.

Con ese vértigo en el cuerpo, el final del camino llega con otro tema de Areas, “El Nicoya”. Regresan triunfales los magos percusionistas, portando un mantra en español militante, esparcido en tiempos en que la moda era el orientalismo. Así, un pequeño paisaje rítmico afro, deja encendida la mecha de la curiosidad hacia los universos rituales. Y son los cuerpos, en calentura natural de danza viva y escucha intensa, quienes guardan una información preciosa, que “Abraxas” regala, como un tipo de código abierto.

En ese sentido, la tapa del disco, opera como simbiosis total con la música, dando concisión y expansión al contenido sonoro. La pintura de base, llamada “Anunciación”, fue hecha en 1961 por el artista alemán Mati Klarkwein, Y Santana se enamoró de ella cuando la conoció. Era una apropiación afromágica de la escena bíblica del anuncio a María del nacimiento de Cristo por parte del ángel Gabriel. También había mensajes en este disco de Santana.

Porque la psicodelia podía estar despidiéndose como género imperante, pero sus expansiones permanecían vigentes y podían enriquecerse  con nuevas tradiciones. Las mentes podían seguir encendiéndose. Y los cuerpos, debían integrarse al banquete, con  su erotismo vital, absolutamente sagrado.