Skip to content Skip to sidebar Skip to footer
malos viajes

Hongos en América: ¿Qué pasaba antes de la conquista?

Si han quedado registros minuciosos de los usos ceremoniales que se le daba a distintos hongos en la América previa a la conquista europea, eso fue gracias a estudios que Fray Bernandino de Sahagun (Sahagún, España,1499-Tlatelolco, México,1590) hizo en el siglo XVI sobre la historia integral de las culturas originarias de México. Lo curioso es que el propósito del conocimiento profundo que el fraile español quería tener sobre las costumbres ancestrales de estos pueblos tenía como propósito principal el lograr una eficiencia real en la evangelización de estas comunidades.

Expresada ya esta paradoja, digamos que le llevó una vida entera al fraile franciscano terminar un trabajo por el cual se lo ha retratado como una especie de adelantado a disciplinas que se desarrollarían posteriormente.

“Fue el etnólogo que más profunda y minuciosamente nos acercó al conocimiento de las cosas y de la mente de los hombres del México antiguo”, asegura el historiador mexicano José Luis Martínez, en el prologo de “México Antiguo”, donde selecciona y reordena materiales variados de los 12 volúmenes de la “Historia general de las cosas de la Nueva España”: el gran libro que el sacerdote español elaboró en lenguaje nahuatl, a través de una metódica escucha de informantes directos, sobre todo personas ancianas, de culturas originarias del futuro México.

Contacto directo

“A partir de la fecha, cercana a 1547, en que comienza la recopilación de informaciones acerca de la cultura indígena, la vida de Sahagún se confunde con el proceso de su investigación cultural, y a lo largo de más  de cuarenta años y hasta su muerte, se consagra casi exclusivamente a ella”, comenta Martínez, antes de explicar que el trabajo se desarrolló en tres etapas: “en los conventos de Tepepulco, entre 1558 y 1560; de Tlatelolco, entre 1561 y 1565; y de San Francisco el Grande, en la ciudad de México, entre 1565 y 1569”. 

Con ya dos décadas de trahajo evangelizador en “Nueva España”, fue a sus 48 años cuando el franciscano, interesado en investigaciones que había hecho el fray Andrés de Olmos, logró poner en práctica un método sostenido de indagación, a través de la procura de testimonios de los propios nativos, en su lengua original.

Los hongos del género Psilocybe tienen un antiquísimo uso ancestral en la América Precolombina. (@Juris Kraulis)

“Sahagún es absolutamente el único de los historiadores de México en el siglo XVI cuya obra principal son textos en nahuatl, recogidos en su mayor parte de sus informantes”, asegura el especialista mexicano y detalla: “El plan que sigue Sahagún en la organización de sus materiales parece descender paulatinamente del cielo teológico a la vida religiosa, a las concepciones morales y culturales y a la vida política y económica, para terminar con las costumbres, la historia natural y el testimonio de la conquista”.

“Su obra serviría, en primer término, para conocer la cultura del pueblo conquistado con el fin de que los evangelizadores estuvieran en condiciones de adoctrinar conforme al modo de ser de los indígenas y de poner al descubierto costumbres y prácticas idolátricas que aún pervivían debajo de una superficial conversión. Por otro lado, aportaría el valioso instrumento que constituía la lengua, con el conocimiento de la cual la labor de los predicadores y de los confesores sería más eficaz”, explica la historiadora mexicana Josefina García Quintana, en un texto dedicado a Fray Bernardino, publicado en  el libro “Historiografía mexicana de la Universidad Autónoma de México”.

Es en este texto donde la autora conjetura el origen del interés del fraile por saberes de la naturaleza: “La frecuentación que tuvo Sahagún con indígenas que conservaban el saber tradicional debió suscitarle el interés por recoger en su obra, junto al conocimiento de las cosas divinas y humanas, el de las cosas naturales del México antiguo”.

Los hongos ceremoniales

Si bien habían aparecido referencias al uso ceremonial de hongos en crónicas españolas del primer período de la conquista española, estas prácticas se documentarían con detalle recién en el voluminoso libro del fraile español, concluido en 1565, pero publicado oficialmente recién en 1829.

Es en este manuscrito escrito en nahuatl y español, con casi 2.500 páginas y más de 2.000 dibujos, donde se deja constancia del uso ancestral de lo que pueblos originarios mexicanos denominaban “nanacatl” (los carpóforos o parte visible de los hongos) o “teonanacatl” (“hongo divino”). Esto precisa el documento “Los hongos alucinógenos en la obra Historia de las cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagun”, firmado por M.A. Giménez y publicado por el departamento de “Farmacia y Tecnología Farmacéutica” de la Universidad de Granada.

Estatuillas ceremoniales con forma de hongos originarias de América.

 

“Sahagún separa netamente los aspectos relativos a  la utilización de los hongos alucinógenos en ceremonias o banquetes, de la descripción de los efectos por su consumo, que compara con las borracheras producidas por el vino y  son semejantes a  las causadas por el consumo de peyotl”, ilustra el estudio sobre el libro del franciscano.

Allí quedan bien diferenciadas las especies de hongos cuyo consumo provoca “borrachera”, los ya mencionados  “teonanacatl” y  “nanacatl”, de las que recibían usos nutricionales. El consumo de estos hongos, presupone el análisis, debía estar “bastante extendido” en la época en la que el fraile realiza sus indagaciones, pero como no eran permitidas por los misioneros, las ceremonias fueron haciéndose “de forma privada y  cada vez más secreta”. Explicita, además, que el hongo más apreciado era el “teonanacatl” y que las prácticas rituales se basaban en la creencia de que los hongos tenían efectos mágicos y adivinatorios. 

Dentro de una temática catalogada como “hierbas que emborrachan”, luego de mencionar a la oloiuhqui (semilla visionaria usada por hechiceros, que produce “visiones”) o el peyotl (que da una borrachera de tres días), el fraile pone foco en el reino fungi: “Hay unos honguillos en esta tierra que se llaman teonanácatl que se crían debajo del heno en los campos o páramos; son redondos, y tienen el pie altillo y delgado y redondo. Comidos son de mal sabor, dañan la garganta y emborrachan”.

Esta descripción aparece en el Libro XI, en el capítulo 7, extractada en el libro “México antiguo”, donde se da cuenta del amor en que se basaba el conocimiento sobre la naturaleza que tenían  toltecas, chichimecas, nahuas, otomíes, matlatzincas, toloques, ocuiltecas, mazaoaques, totonacas, cuextecas, toueyomes, pantecas, tlahuicas, couixcas, tlapanecas, yopimes, olmecas, mixtecas, michoacanos y mexicanos: “Uno de los rasgos distintivos de los pueblos del México antiguo, reveladores de la profundidad de su civilización, es su amor por la naturaleza y su conocimiento cercano y minucioso de las propiedades y características de las cosas que nos rodean. Los indígenas habían dado nombres, que describen formas, usos y atributos, a millares de seres animados e inanimados, y muchos de ellos conocían estos nombres y eran expertos en la utilización o en la prevención de los recursos que se encuentran en la naturaleza”. 

En cuanto a los “teonanacatl”, el capítulo 7 del libro XI del fraile franciscano, describe que tienen mal sabor, pero también virtudes medicinales contra la gota. Recomiendan comer solo dos o tres para tener visiones, menciona la percepción de palpitaciones acrecentadas luego de consumirlos y asegura que el comer muchos provoca lujuria. De inmediato aclara que “aunque sean pocos” los hongos consumidos, ese efecto también se presenta.

El documento de la Universidad de Granada indica que esos ejemplares corresponden  a especies diversas de Basidiomicetes Agaricales, “pertenecientes a  los géneros Psilocybe y Stropharia”, con esporas y laminillas de los carpóforos de color púrpura oscuro casi negro. Lo que quedó registrado a partir de los informantes de Fray Bernardino es que esos hongos eran recogidos por personas que se hacían responsables del control de su calidad y de su distribución.

Se consumían los sombrerillos crudos, lo más fresco que se pudiera, aunque se establece que al ser conservados en estado disecados su estado psicoactivo permanece. El detalle del sabor “poco agradable”, “acre” o hasta el comentario de que “dañan la garganta” evidencian la presencia de las sustancias enteógenas.  Por ese sabor amargo, es que existía la costumbre de comerlos con miel. 

En el capítulo 8 del libro IX, se comparten descripciones de ceremonias con “nanacatl”. En verdaderos “banquetes” que duraban toda la noche, donde se comían “unos honguillos negros” que “emborrachan y  hacen ver visiones”. Los comían muchas veces acompañados de cacao. Y en el momento en que se daba el efecto psicoactivo “comenzaban a  bailar, algunos cantaban y algunos lloraban, porque ya estaban borrachos con los honguillos”.

Además de “borrachera”, como se cuenta en el trabajo, otra forma en que se dejaba registro del carácter psicotrópico era en el uso del concepto de “calentamiento”, aclara el trabajo de la Universidad de Granada, tomado en todos los casos como sinónimo de activación de esas características psicodélicas.

Además, citando al fraile franciscano, el texto explica que en estos banquetes no sólo se daban reacciones colectivas efusivas, sino que era natural la presencia de la introspección: “Algunos que no querían cantar sentábanse en sus aposentos y estábanse allí como pensativos y algunos veían en visión que se morían y lloraban, otros veían que los comía alguna fiera, otros veían que cautivaban en guerra, otros veían que habían de ser ricos, otros que habían de tener muchos esclavos, otros que habían de adulterar y les habían de hacer tortilla la cabeza, otros que habían de hurtar algo, por lo cual les habían de matar y otras muchas visiones que veían”.

Claro que no quedaba en el goce individual el acto visionario, posible de ser considerado como acto alucinatorio para algunas concepciones analíticas. El final era colectivo: “Después que había pasado la borrachera de los honguillos, hablaban unos con otros a cerca de las visiones que habían tenido”.  

 Ciencia y religión

El extremo cuidado con que el fraile español se dedicó, durante varias décadas, al registro de una inmensa cantidad de aspectos de las culturas originarias del antiguo México, incluyendo la valiosa documentación sobre el consumo de hongos psicoactivos, nos expone a preguntarnos por el impacto que tuvo esta exploración en su propia vida.

Xochipilli, reverenciado por los pueblos originarios de México como el dios de la embriaguez, representado junto a varias plantas y hongos psicoactivos.

Y eso hace también, por suerte, el historiador José Luis Martínez: “Era ciertamente un cristiano y un evangelizador convencido, pero era también un hombre de extremada curiosidad científica y un amante de la justicia y del bien. Y aquella curiosidad tan largo tiempo cultivada, y estas convicciones acrecidas tras de cada expolio y cada violencia, lo van ganando fatalmente a la causa de los vencidos y aún a la afición a su propia cultura, hasta hacerlo casi olvidar el objetivo que se proponía”.

Sea como sea, la obra de Fray Bernardino de Sahagun ha dejado un testimonio único, expresado ni más ni menos que en su lengua original, de la riqueza y complejidad de culturas precolombinas como las provenientes de las tierras hoy definidas como mexicanas.

El hecho de que, además, haya cuidado con pasión el registro preciso de la palabra viva de las personas descendientes directos de los pueblos conquistados con brutalidad, puede ser vista no sólo como un gesto de nobleza intelectual, sino también como un acto de tanta espiritualidad como la más trascendente ceremonia con hongos sagrados.