No pocos escritores, investigadores y científicos se han cuestionado la importancia del lenguaje para la percepción humana del entorno y aquello que llamamos realidad.
William Burroughs dijo que el lenguaje era un virus del espacio exterior destinado a impedir que el ser humano, o su conciencia, trascienda a otros planetas.
Terence McKenna afirmó que el lenguaje condicionaba la experiencia subjetiva de la realidad al moldear al humano en conceptos predeterminados: “El bebé en su cuna experimenta una explosión nunca antes vista de colores y sonidos hasta que su madre cierra la ventana y le dice ‘es un pájaro’”.
Pero el lenguaje es también lo que nos permitió crecer como especie y acumular información que se volvió imprescindible para nuestra supervivencia.
Toda la ciencia y la tecnología humana no son más que la acumulación extraordinaria de pequeños datos sueltos. Y, a veces, el lenguaje es una posibilidad de transmitirla, darle precisión y eliminar errores.
Uno de esos avances fue la taxonomía biológica, la clasificación y ordenamiento de las cientos de miles de especies vegetales y animales que poblaron y pueblan el planeta.
Todas las plantas poseen nombres comunes, tradicionales, nacidos de una característica específica (su color, su aroma, la forma de sus hojas), o de los hábitos generados en torno a su uso en la vida cotidiana o incluso fruto de una cualidad mitológica.
Lo problemático es que muchas especies poseen infinidad de nombres. Ese fue uno de los primeros y enormes desafíos que tuvieron que afrontar biólogos y botánicos.
El genio vago
Carlos Linneo nació en Suecia en 1707, en una familia históricamente campesina y religiosa de la provincia de Småland, un páramo donde hasta cultivar alimentos es un esfuerzo cruel.
Sin embargo, allí su familia tenía un jardín donde el joven Linneo pasaba el tiempo entre la observación de plantas y las lecciones de latín y geografía que su padre, un pastor protestante, le brindaba.
Luego, tuvo una corta educación con un tutor designado por la familia (del cual dijo de adulto que “tenía más talento para extinguir el talento de un niño que para estimularlo”) y luego cursó estudios primarios y secundarios sin destacarse por ser un gran estudiante. Linneo prefería pasearse entre plantas.
Tuvo una corta educación con un tutor designado por la familia y luego cursó estudios primarios y secundarios sin destacarse por ser un gran estudiante. Linneo prefería pasearse entre plantas.
Tanto tiempo pasaba en el campo juntando vegetales que su padre, quien no veía en eso más que un vagabundeo sin sentido, decidió mandarlo a trabajar como aprendiz de zapatero. En poco tiempo Carlos estaba pidiendo una segunda oportunidad.
Gracias a la intervención del doctor y botánico de la provincia de Småland, Johan Rothman, su padre accedería a darle la chance y los recursos para iniciar lo que sería una carrera académica intachable.
Linneo comenzó a estudiar fisiología y botánica con Rothman, hasta ingresar en la Universidad de Lund en 1727 donde siguió haciendo lo mismo que su padre consideraba un pasatiempo improductivo: explorar el campo y recoger especímenes.
Al año siguiente ingresó a la Universidad de Upsala, donde se recibió y comenzó a dar clases de Botánica.
Excursiones
En 1732, financiado por la universidad, Linneo emprendió un viaje a pie y a caballo por la región de Laponia, una zona al norte de Europa de clima subártico, hogar del pueblo Saami y, en teoría, con muy poca biodiversidad.
Sin embargo, el ojo implacable de Linneo descubrió más de 100 especies desconocidas. La expedición duró seis meses y 2 mil kilómetros recorridos.
Ya con sus credenciales profesionales bien adquiridas, en 1735 realiza un movimiento clave y se muda a los Países Bajos para doctorarse en Medicina.
Allí gracias a la intervención de su profesor y botánico Jan Gronovius, Linneo publicó la primera edición del libro que cambió la forma de comprender la biología.
El trabajo compilado en Systema Naturae se extiende a lo largo de 10 ediciones publicadas entre 1735 y 1758 y su título completo es Sistema natural comprendiendo los tres reinos de la naturaleza, de acuerdo a clases, órdenes, género y especie, con características, diferencias, sinónimos, lugares.
Este texto, piedra fundamental de la taxonomía biológica no solo incluye los propios descubrimientos de Linneo sino también compila una cantidad enorme de especies y géneros según un sistema conocido como nomenclatura binomial.
Durante los siglos XVI y XVII los científicos usaban un sistema polinómico donde los nombres eran descripciones en latín del ser catalogado.
Al año siguiente viajó a Inglaterra donde presentó su sistema en la universidad de Oxford e inspiró a reordenar el jardín botánico de Chelsea a cargo del botánico Philip Miller (el introductor del cultivo de algodón en el sur de Estados Unidos), aunque este no aceptó el sistema de Linneo sino hasta casi 30 años más tarde.
De vuelta en Suecia se trasladó a Estocolmo para ejercer la Medicina. Ayudó a fundar la Real Academia Sueca de Ciencias y, por sorteo, se convirtió en su primer presidente.
En 1739 se casó con Sara Moraea y tuvo el primero de sus cinco hijos.
Linneo lo bautizó como Cannabis sativa, “sativa” significa que se cultiva y “cannabis”, un termino en latín que se cree que deriva de alguna lengua antigua de Europa oriental o incluso Asia.
Dos años después, en 1741, fue nombrado profesor de Medicina, puesto que cambió por Botánica y quedó a cargo tanto de la colección de historia natural como del jardín botánico de la universidad de Upsala. Linneo no paraba.
Ejemplo de su espíritu inquieto es que, luego de conseguir el aval de la universidad, realizó excursiones por prácticamente todas las regiones de Suecia recolectando especímenes y enviando alumnos por todo el mundo aumentando la colección de la universidad y su herbario personal.
Para 1751 ya era rector de la Universidad de Upsala y un profesional bastante reconocido en el ambiente científico y académico.
El buen cogollero
En 1753 publicó Species Plantarum. Este libro es considerado el principio de la nomenclatura botánica junto a Systema Naturae. Consta de 1.200 páginas donde cita 7.300 especies y además cuenta con un honor singular: se trata del primer texto científico moderno donde se encuentra descripta por primera vez la planta de cannabis.
Sin embargo, no se trata de la que conocemos y usamos hoy en día sino simplemente de lo que conocemos como cáñamo industrial que, por aquel entonces, se utilizaba de forma extendida en Europa.
Linneo lo bautizó como Cannabis sativa, “sativa” significa que se cultiva (muchas plantas poseen el descriptivo sativa, como la rúcula, Eruca sativa) y “cannabis”, un termino en latín que se cree que deriva de alguna lengua antigua de Europa oriental o incluso Asia.
En muchos idiomas las palabras utilizadas para nombrar al cannabis son similares: “kunibu” en sumerio, “kana” en armenio, “kanab” en persa o “konoplya” en ruso.
Species Plantarum. consta de 1.200 páginas donde cita 7.300 especies y además cuenta con un honor singular: se trata del primer texto científico moderno donde se encuentra descripta por primera vez la planta de cannabis.
En Species Plantarum, Linneo describe la planta de cannabis muy brevemente, enumerando las partes de las flores y desarrolla una lista de los sinónimos utilizados anteriormente: Cannabis foliis digitatis (“cáñamo con hojas divididas como en dedos”), Cannabis erratica (“cáñamo silvestre”) y Cannabis sterilis (“cáñamo estéril”).
Además distingue entre Cannabis masc. y Cannabis fem. (por macho y hembra respectivamente). También sostiene que el hábitat originario de la planta es la región de India y aclara que “Las semillas son narcóticas y repelentes, se usa contra la gonorrea, leucorrea e ictericia”. Linneo, vale aclarar, nunca había probado el cannabis narcótico o psicoactivo.
Las plantas de cannabis que formaron parte del herbario de Linneo se encuentran conservadas en una fundación con su nombre y corresponden al tipo de cannabis cultivado en Europa del norte y perteneciente a una variedad primordialmente cultivada por sus fibras, de flores abiertas y poca cantidad de tricomas.
Existen trabajos que afirman que esta variedad fue recogida por Linneo en Suecia y corresponde con los fenotipos cultivados al norte del continente, conservados en el Museo Británico, también recolectados por él.
El dios mono
Pero no todo fue plantas en la vida de Linneo. Otro de sus méritos históricos es ser el primer científico en catalogar al humano por su clasificación biológica. Es decir, su trabajo fue uno de los pilares que le permitió a la ciencia separarse de la mitología religiosa en torno a la creación del ser humano.
En base a sus observaciones en primates, Linneo concluyó que nuestra especie solo se diferenciaba de los monos por la capacidad del habla y así fue como bautizó Homo sapiens al ser humano moderno y lo ubicó en la misma categoría de los primates: Antropomorpha.
En una de las cinco autobiografías que escribió afirmó que “nadie ha dado nombre a más plantas, insectos, a toda la naturaleza, nadie ha visto tanto trabajo del Creador. Nadie ha sido tan famoso en el mundo”.
Esta afirmación causó tanto revuelo en una sociedad y una ciencia todavía fuertemente influidas por la Iglesia que en las siguientes ediciones de sus trabajos se incluyeron los grupos Mammalia y Primates para separar aun más al ser humano, creado a semejanza de Dios, de los animales inferiores.
El riesgo de mantener las definiciones de Linneo era alto. Si el ser humano era, en cierto sentido, igual a Dios, los monos eran iguales también.
A pesar de las resistencias, sus contribuciones a la ciencia lo hicieron merecedor de la condecoración de Caballero de la Orden de la Estrella Polar, similar a las utilizadas por veteranos de guerra o nobles pero para civiles y extranjeros por méritos en el área de la ciencia o la cultura.
En 1758 se trasladó a dos granjas de su propiedad en las afueras de Upsala, donde continuó ejerciendo como médico y profesor hasta 1772, cuando su salud empeoró y debió retirarse.
Como un rockstar del siglo XVIII, Linneo no ahorraba en poesía a la hora de alabarse a sí mismo. En una de las cinco autobiografías que escribió afirmó que “nadie ha dado nombre a más plantas, insectos, a toda la naturaleza, nadie ha visto tanto trabajo del Creador. Nadie ha sido tan famoso en el mundo”.
Falleció en 1778, después de sufrir dos accidentes cerebrovasculares que debilitaron su salud y lo dejaron postrado. Dicen que siempre andaba con su condecoración puesta, aun de entrecasa, y que hasta llegó a proponer que su lápida dijera “Principe de la Botánica”.
Este artículo fue publicado en Revista THC 106.