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@Tiger Lily /Burger Boogaloo)

LSD en la tercera edad: la experiencia del cineasta John Waters

La palabra “estupor” tiene dos significados básicos: por un lado, refiere a un estado de sopor o reacción a los estímulos lenta o inexistente, usado por el prohibicionismo para hablar de “sustancias estupefacientes”.

Por el otro, habla de un estado de sorpresa, asombro o indignación de tal magnitud que impide la comunicación. En ese sentido, las películas del director norteamericano John Waters atraviesan los dos significados de la misma palabra: son películas estupefacientes.

Nacido en 1946, tras un breve paso por la Universidad de Cine de Nueva York, Waters filmó sus primeras películas a finales de la década de 1960, con artistas locales de su ciudad natal, Baltimore. Su fama comenzó a principios de 1970, con el inicio de lo que luego se llamó la “Trash trilogy”, la trilogía basura como fue apodada popularmente, que incluye las películas Pink Flamingos (1972), Female Trouble (1974), y Desperate Living (1977).

Llevando al extremo los límites de la censura y la obsoleta idea del buen gusto, las películas de Waters tienen la estructura de cualquier drama del cine clásico pero interpretada por personajes cuya naturaleza misma es un misil apuntando al corazón de “las buenas costumbres”.

Divine con el comediante Jerry Stiller, padre del famoso actor Ben Stiller en el set de “Hairspray” un clásico del acercamiento de John Waters al cine comercial.


No hace falta hurgar demasiado para encontrar una muestra: en Pink Flamingos, su éxito de 1972 y película de culto, la drag queen y leyenda del cine bizarro Divine come mierda de perro fresca. Real.

Para el espectador inocente, primerizo, las películas de John Waters son una especie de copias de películas que pasan en canales de aire pero interpretadas por una mente extremadamente peculiar.

Las películas de Waters tienen la estructura de cualquier drama del cine clásico pero interpretada por personajes cuya naturaleza misma es un misil apuntando al corazón de “las buenas costumbres”.


Pero hubo mucho más que simplemente provocar, como quien dice, por deporte. En el universo de Waters convivieron el activismo político y la desobediencia civil como esencia de vida, desafiando las normas y representando tanto minorías como personas del colectivo LGBT en épocas donde todavía las personas podían ir presas por vestirse con ropa que la cultura atribuía a una genitalidad determinada.

La troupe de Pink Flamingos (John Waters)

Abuelos psicodélicos

Lejos de intimidarse por la opinión pública, Waters admitió su uso de diferentes sustancias a lo largo de su vida en distintas entrevistas y publicaciones.

En su último libro Consejos de un sabelotodo, recientemente publicado por la editorial Caja Negra empieza un capítulo resumiendo su experiencia: “Mi historia con las drogas ha sido bastante buena. Creo que probé casi todas y, por lo general, tuve buenas experiencias con cada una de ellas. Nunca fui un adicto, pero sí un gran entusiasta.”

Además de un recorrido por los paisajes y situaciones generadas por un extenso uso de sustancias psicoactivas que incluyen el cannabis y hongos mágicosConsejos de un sabelotodo tiene una reliquia de la psiconáutica: la vuelta al LSD, después de varios años sin usarlo, de una persona de 70 años.

“Mi historia con las drogas ha sido bastante buena. Creo que probé casi todas y, por lo general, tuve buenas experiencias con cada una de ellas” admitió Waters en su último libro.

Muy lejos de la solemnidad científica de Albert Hofmann o el positivismo cariñoso de Alexander Shulgin, los abuelos psiconautas más recordados, Waters nos recuerda que el tiempo es más una percepción que una realidad:

“Recordé que mirarme al espejo en ácido, en ese entonces, era raro; ahora podría ser horroroso. Creo que jamás vi mi bigote parcialmente dibujado durante un viaje: supongan que pierdo los estribos cuando vea cuán ridículo se ve en mi cara habiéndolo llevado durante más de cuarenta años”.



Después de preguntarse los aspectos más mundanos del viaje, como ir al baño, y los más profundos, como rozar los límites de la locura o sufrir consecuencias físicas por “viajar” a su avanzada edad, el impulso exploratorio ganó momentum y Waters finalmente se encaminó por el mismo sendero que recorrió toda su vida: sobre el finísimo borde que separa el supuesto mundo de la cordura del delirio.

En conclusión, tomar LSD a los setenta podría ser una experiencia positiva, o al menos así lo fue para John Waters.

Si bien podemos estar de acuerdo que no se trata del tránsito más común para un adulto mayor, Waters finaliza la experiencia con una recomendación para todos y todas que, llegando quizás al final de su vida, sientan curiosidad por una experiencia psiconáutica.

Si pensamos en que el brillante escritor Adouls Huxley pidió LSD para transitar sus último momentos en este mundo, la propuesta de Waters no parece tan alocada.

“¡Sí! Están atascados. Hagan lo que el Sr. Sabelotodo les dice que hagan y tomen LSD ahora. Estén plácidos de ácido. Griten conmigo: “¡Estoy orgulloso de tomar LSD a los setenta!”.