Robert Crumb es el padre de un universo delirante, pero también profundamente agudo. Así como el poeta Allen Ginsberg describió en su lamento lírico a las mentes de su generación “destruidas por la locura”, Crumb se rió en la cara de su propia época a través de sus delirados personajes e hizo de esa fatalidad generacional un elemento de sátira constante.
Nacido en Filadelfia en 1943, Robert Crumb creció en el seno de una familia disfuncional: en un reducto conservador y católico compuesto por un padre militar y una madre alcohólica, y sus cuatro hermanos.
Cuenta la leyenda que desde chicos salían de ronda con su hermano Charles a la caza de discos de música de los años 20 y 30, revistas y comic books.
Éste sería el germen de su interés por el dibujo. Crumb fue un niño prodigio que le daba duro a la lectura de El Pato Donald de Carl Barks y que auguraba un futuro prometedor produciendo sus propios comics: el Foo, Crumb Brothers Almanac en colaboración con sus hermanos.
Desde el principio fue un joven rebelde: le dió la espalda a la revista Rolling Stone y se negó a participar en Saturday Night Live. Su plan era ser fiel a su pequeño grupo de comiqueros under que se juntaba alrededor de la revista Zap Comix, en la que tuvieron origen sus primeras psicodelias gráficas.
Su trabajo liberó al cómic de ese claustro infantil y de superhéroes que “jamás estacionarán mal su coche”, para hacer estallar la conciencia del ciudadano medio.
EL HUEVO DE LA SERPIENTE
¿Dónde nace el genio Robert Crumb? En la imaginación de un joven incómodo con el mundo en que vivía que, nada más y nada menos, liberó al cómic de ese claustro infantil y de superhéroes que “jamás estacionarán mal su coche”, para hacer estallar en mil pedazos la conciencia bien pensante del ciudadano medio de su tiempo. Si no lo creen, tropiecen ustedes mismos con sus personajes.
A mediados de los 60, Crumb sale a la cancha con Fritz, el gato, una de sus criaturas más trastornadas. El extremo opuesto de esa figuración humanizada del animalito bonachón y “plopero” que conocemos como Condorito.
Es con ese irreverente felino que coquetea con su propia hermana, que hace todo lo que la moral judeocristiana prohíbe hacer, con quien Crumb le da el sopapo definitivo al cómic local y abre las persianas oxidadas del underground estadounidense.
Con las líneas del gatito Fritz exploró los recovecos más profundos de la imaginación humana: el incesto, la discriminación, el sadismo son temas que, en esta tira, se retratan sin tapujos.
Fritz casi le hace dar un paso atrás a su editor, Harvey Kurtzman (creador de la mítica revista Help), por miedo a que llovieran los juicios o simplemente los metieran a todos presos si se seguía publicando.
Sin embargo, el genio de Crumb no se amedrentaba fácilmente. A él que venía rápido, muy rápido, se le soltó otro patín y su torrente sanguíneo siguió funcionando por ese mismo caudal delirante hasta dar vida a su otra gran obra maestra Mr. Natural.
A finales de unos contraculturales años 60, Crumb creó este personaje que marcaría la historia mundial del cómic. Fue, a su vez, el personaje que supo mantenerse más presente a lo largo de la carrera de su autor -del 67 al 81-.
Mr. Natural es un viejito adorable y mentiroso que vende sus consejos al mejor postor y recomienda ingestas de LSD como cura de todo dolor espiritual. Con zapatones que doblan el tamaño de sus pies, con una barba blanca que roza el suelo, este gurú de segunda se burla de la movida joven que poblaba San Francisco en los 60.
SU amor por la música es legendario. Adorador del jazz y la música clásica, también ilustró tapas de discos del rock de los 60
El de guía espiritual es un oficio que más adelante llevará a Mr. Natural a tener una oficina con un cartel que reza “Dejá que Mr. Natural piense por vos”. El personaje lleva siempre como estandarte una sabiduría berreta de los tiempos modernos.
Las chantadas de Mr. Natural requerían de un estudio de mercado refinado. Se favorecía sobre todo de esa avidez de los jóvenes de los 60 por encontrar religiones alternativas para saldar cuestiones del espíritu. Tiene dos amigos fieles que lo siguen en sus travesuras: Flakey Foont y Shuman The Human.
Con ellos establece esa dialéctica de un Sócrates de cartulina siempre a la búsqueda de aventuras sexuales y disertaciones inútiles sobre el sentido de la vida.
Poco refinadas o no, lo cierto es que con sus enseñanzas, este personaje afgano que en el pasado había sido taxista, desactivaba todo ese kit portátil de mística importada de la India que tanto reinaba en la época y lo convertía en parodia.
UN MUCHACHO COMO YO
En 1967, luego de que sus fanzines comenzaran a tener cierta repercusión, Crumb se muda a San Francisco donde es testigo del auge del flower power y el amor libre.
Mal asociado con la juventud psicodélica de los 70, si se acercó a ese universo fue siempre para retratarlo en forma de sátira. “Me aproximé a ese mundillo sólo para ver si podía conquistar chicas”, decía. Pero Crumb era un muchachito tímido y retraído y la cosa no resultó fácil.
Algo de esto quedaría volcado en su serie de historias Mis problemas con las mujeres. Se trata de historias contadas en clave de diario íntimo, en sintonía directa con su experiencia con las drogas, en especial LSD y marihuana.
Hay dos temas privilegiados que caracterizan esa veta autobiográfica: su dificultad para acercarse a las mujeres y su pasión por la música. “Cuando escucho música antigua es el único momento en que siento amor por la humanidad”, decía Crumb.
De hecho uno de los trabajos que le hizo dar el salto a la popularidad es la ilustración de la tapa del álbum Cheap Thrills (1968) de la Big Brother and the Holding Company, banda que tenía como vocalista a Janis Joplin.
A pesar de haber hecho trabajos para muchísimas bandas de rock, su verdadero amor por la música está en el jazz de los primeros años. Sobre todo los discos editados en vinilo de 78rpm, que según el propio Crumb no tienen la carga perversa de la cultura de masas y todavía les era ajena la concepción posterior de la música como mercancía.
Durante mucho tiempo el cómic había sido el paraíso del tonto solemne, hasta que llegó Crumb y se instaló con su montaña rusa.
Toda esta afición por la música se encuentra documentada en Melodías animadas, un volumen que contiene historias imaginadas de maestros de la música, leyendas de algunos pioneros del jazz y, sobre todo, el relato íntimo sobre su colección de discos viejos rescatados del olvido.
En cuanto a su relación con las mujeres, Crumb es crudo: se muestra siempre diminuto, frágil y estúpido frente a mujeres musculosas, imponentes. En Mis problemas con las mujeres y Confesiones de Crumb desplegará todas sus obsesiones sexuales sin filtro.
A partir de allí las enemistades llovieron desde varios sectores acusándolo de misógino, racista y más: desde los sectores más conservadores, hasta el movimiento feminista de los 60.
Era de esperar que nadie se sintiera cómo con su trabajo. Durante mucho tiempo el cómic había sido el paraíso del tonto solemne, hasta que llegó Crumb y se instaló con su montaña rusa en la que nadie garantizaba no salir lastimado.
RARO PARA RATO
De todos modos Crumb no está solo. En el mundo del cómic under son miles los dibujantes y guionistas que siguieron sus pasos. Por ejemplo Joe Matt y el gran historietista de la Generación X de los 90, Peter Bagge, autor de Hate y con quien Crumb codirigió la revista Weirdo.
Crumb, que hoy tiene 76 años, nunca dejó de crear. Y por supuesto, se sigue metiendo en lugares incómodos.
En enero de 2010 la editorial española Cúpula publicó la 5ª edición de su historieta más extensa: la adaptación del Génesis de la Biblia. Una obra que le demandó un trabajo de años y en la que asegura haber respetado la versión original todo lo que pudo.
En el prólogo, Crumb escribe una defensa que tiene gusto a ironía: “Considerando que el texto es reverenciado por muchos, todo lo que puedo decir es que actué como si fuese un trabajo de pura ilustración, sin intención de ridiculizar o hacer bromas visuales”.
“Si no dibujo un rato me vuelvo loco, me siento depresivo y suicida”, dice en el documental que lleva su nombre. Sin duda Crumb hizo del cómic una manera con la cual pararse en el mundo para poder atravesarlo con su singular mirada, una manera de mantenerse vivo.
Es así como un señor convencido de lo que quiere decir, con un trazo a veces sucio y oscuro, hizo desfilar a sus criaturas sorteando las barreras de la censura, los juicios y se convirtió en un ícono de una contracultura. De allí a la eternidad.
Texto: Eduardo D. Benítez.
Podés leer esta nota en la Revista THC 26.