El creador del bazar de drogas online Silk Road, Ross Ulbricht, fue indultado por el recientemente en funciones presidente estadounidense Donald Trump, luego de pasar 11 años preso, condenado a dos cadenas perpetuas sin posibilidad de prisión condicional.
En sintonía con otros indultos muy polémicos, como los de las personas que invadieron el Capitolio en 2021, Ulbricht fue liberado el miércoles 22 e inmediatamente se reunió con su familia. Un día más tarde grabó un video que subió a la página de Instagram Free Ross, manejada por sus allegados y que desde 2013 reclama por un justo tratamiento del caso.
En el video, visiblemente emocionado y shockeado, Ulbricht agradece a Trump y a las personas de todo el mundo que acompañaron a su familia en el reclamo por justicia. Además explicó que dedicará un tiempo a reunirse con sus seres queridos, reconectar la vida familiar y luego estará disponible para entrevistas y debates sobre su caso.
En el año 2013, con motivo de su detención, dedicamos la tapa de la edición 66 al caso de Ross Ulbricht y Silk Road.
Mercado libre: la increíble historia de Silk Road
Cuando a mediados de los 90, en la Universidad de Frankfurt anunciaron el descubrimiento de un mecanismo para transmitir audio en un formato totalmente digital, jamás imaginaron el monstruo que habían creado. Diez años después de la invención del mp3, a un estudiante se le ocurrió crear un software para compartir estos archivos de manera más cómoda y eficiente, y el monstruo creó un ejército global, invisible e indestructible.
Algo tan pequeño como un mp3 sacudió los cimientos de la industria discográfica, uno de los negocios más lucrativos de los últimos 50 años. Menos de tres años después, el tráfico de música online superaba enormemente las ventas de discos físicos. Hasta los duros de Metallica se pusieron a llorar. Y las compañías contratacaron con abogados y le reclamaron a los gobiernos que persigan el flagelo de la piratería.
Sólo con el apoyo de Estados Unidos, que llegó a comparar la piratería del mp3 con los delitos informáticos y el apoyo al terrorismo, las compañías enjugaron sus lágrimas. Así se sirvió la cena para que el Gran Hermano encontrara otra forma de justificar las ganas que tiene de leer nuestros triviales e-mails.
Al igual que el mp3, Silk Road sacudió los cimientos de una industria aún más oscura y poderosa que la discográfica: el mercado negro de drogas.
En octubre de 2013, una noticia estalló en todos los medios del mundo y en las páginas de internet sobre drogas: el supuesto fundador de un sitio web llamado Silk Road fue detenido en la ciudad norteamericana de San Francisco por cargos que van desde conspirar para traficar drogas, hackear computadoras y lavar dinero, hasta un posible intento de homicidio por encargo.
El imputado tiene 29 años, cara y currículum de nerd y se llama Ross Ulbricht, alias Dread Pirate Roberts. Según se describe en su perfil de una red social, se trata de un Físico egresado de la Universidad de Texas y estudiante de Ingeniería en la Universidad de Pennsylvania. En sus propias palabras, estaba “enfocado en crear una situación económica diseñada para darle a la gente la posibilidad de experimentar cómo sería el mundo sin el uso sistemático de la fuerza por parte de instituciones y gobiernos”.
En algún punto entre su meta y la realidad, el sitio que supuestamente administraba se convirtió en un bazar online de todo tipo de sustancias psicoactivas ilegales que en tan sólo dos años movió tres veces más dinero que el Producto Bruto Interno de Argentina, sin posibilidad alguna de control por parte de las agencias norteamericanas y los organismos internacionales. Al igual que el mp3, Silk Road sacudió los cimientos de una industria aún más oscura y poderosa que la discográfica: el mercado negro de drogas.
En una época donde la tecnología forma parte tanto de la más banal de las rutinas como del ritmo de la Historia y sus conflictos, las cosas cambian rápido. Preso de esa dinámica, el modelo de persecución y criminalización de la producción y distribución de drogas se descubre obsoleto e ineficaz ante la explosión del comercio online de sustancias tanto legales como ilegales.
Una cebolla virtual
En los últimos años, el anonimato en Internet se convirtió en un tema estrella en todo el mundo. Las leyes antipiratería y las persecuciones legales a usuarios y páginas de intercambio de archivos (servicios p2p) fueron el marco perfecto para la explosión de las herramientas de “anonymization” que permiten navegar sin dejar rastros que faciliten la identificación personal del usuario.
No es necesario ser un delincuente o tener intenciones criminales para usar estas herramientas: están al alcance de cualquiera que considere la información personal como algo perteneciente exclusivamente a su ámbito más privado, especialmente cuando implica dinero. Ingresar al homebanking desde una red insegura, por ejemplo, puede implicar que luego nos despojen de todos nuestros ahorros en un delito cuya persecución es tan engorrosa que probablemente supere al importe robado.

De la necesidad de prevenir el espionaje en las comunicaciones militares nació el sistema Tor o “The Onion Router”. Onion, cebolla en inglés, es una metáfora que explica la complejidad del modelo: a través de un sistema de capas, la red encripta las locaciones del emisor y el receptor, haciéndolas invisibles.
La red utiliza las computadoras conectadas para “puentear” aleatoriamente la conexión desde el punto de origen hasta un “nodo de salida”, donde finalmente se accede al receptor final. La comunicación está ahí, pero no se puede saber de dónde salió ni hacia dónde fue. Al mismo tiempo existe la posibilidad de crear una dirección web o dominio (.onion) cuya dirección no aparece en ningún buscador y a la cual sólo se puede ingresar utilizando navegadores como el Tor.
A ese rincón oscuro de internet se lo conoce en todo el mundo como “deep web” (web profunda). Y es el lugar ideal para evitar la censura en países como Irán o China, para que los paranoicos no sientan que los están monitoreando o simplemente para compartir contenidos cuya asociación con datos personales podría implicar algún tipo de estigma social (grupos de autoayuda para víctimas de violación o pacientes de enfermedades) o, directamente, persecución penal.
Si el usuario es lo suficientemente cauto y responsable con el uso, puede navegar por internet sin dejar absolutamente ningún rastro.
En el camino de robustecer los intercambios vía web, en 2009, un tal Sakoshi Nakamoto (no está claro si es el alias de un grupo o un usuario) creó y difundió un protocolo similar al p2p pero para hacer transacciones económicas electrónicas. El proyecto se llamó Bitcoin y con él nació la primera moneda internacional que no está sujeta a ningún tipo de ley ni entidad financiera tradicional.
A diferencia de cualquier transferencia o giro bancario, es posible encriptar y anonimizar las Bitcoins para producir transacciones virtualmente indetectables. Existen desde páginas de internet que las venden con tarjeta de crédito, hasta entidades financieras privadas que convierten Bitcoins en dinero en efectivo, y en algunas ciudades del mundo existen cajeros automáticos que poseen la opción para adquirirlos. Incluso pueden comprarse directamente a un usuario y contactarlo en persona para abonárselos en efectivo. En definitiva, dinero virtual y seguro, casi perfecto.
Entre los incontables sitios surgidos en torno a estos nuevos criterios, Silk Road abrió sus puertas en 2011, éstas eran sólo traspasables a través del navegador Tor. El concepto de Silk Road era sencillo: un bazar online donde podía venderse de forma anónima y segura cualquier tipo de material, producto o servicio, legal o ilegal. El éxito de la propuesta fue que basó su funcionamiento en la obligatoriedad de utilizar Bitcoins. Con esos ingredientes, la mesa estaba servida.
El nombre del sitio homenajeaba a la red económica más grande de la antigüedad: la ruta de la seda. Durante siglos, desde China hasta el Mediterráneo se extendía una enorme caravana de comerciantes que atravesaban montañas, praderas y desiertos con productos que iban desde seda y marfil hasta cristales, especias y seres humanos. A lo largo de esa extensa red de rutas florecieron y decayeron culturas e imperios.
El mercado perfecto
Entre armas, prostitución y productos tecnológicos, las drogas legales e ilegales coparon Silk Road. Si los otros sitios de compra-venta basan sus estrategias de mercado en la comodidad o la disponibilidad horaria sin límites, Silk Road forjó su reputación y éxito en el anonimato garantizado. Según el FBI, existían más de 950 mil cuentas de usuario registradas al momento de los allanamientos.
El sistema no se diferenciaba demasiado de cualquier página de compra-venta: con una cuenta de usuario se podían publicar o comprar productos categorizados en listas (cannabinoides, enteógenos naturales y sintéticos, químicos en fase de investigación, estimulantes, etc.), a la vez que era posible chequear la reputación del vendedor y las experiencias de otros compradores antes de efectuar la transacción.
Una vez seleccionado el producto, y haberse alcanzado un acuerdo entre comprador y vendedor, el usuario depositaba el importe (que ingresaba a Silk Road) y coordinaba el envío del producto. Con la llegada del paquete al domicilio indicado, el comprador daba por finalizada la operación y los administradores liberaban el pago al vendedor.
Este sistema protegía al usuario de estafas, ya que, en caso de que no recibir el pedido, éste podía interponer un reclamo y frenar el pago. Por su parte, los administradores del sitio podían así calcular perfectamente las comisiones a cobrar y mediar en las disputas entre cliente y vendedor.
Aun cuando los Bitcoins puedan ser utilizados de forma anónima (sin incluir datos personales reales en la cuenta o billetera virtual), no se pueden volver a utilizar los créditos gastados o en gestión, lo que evita algunos tipos de estafas. Dentro de este sistema de depósitos, los operadores de Silk Road utilizaban una “mezcladora” para anonimizar los Bitcoins y asegurar la privacidad de compradores y vendedores. Los vendedores que no aceptasen ingresar en el sistema de “pago contra entrega” (donde el pago es administrado y adjudicado a su destinatario por los administradores de la web) eran expulsados del sitio.
En las guías y normas de uso del sitio se listaba una serie de reglas, entre las que se pedía no postear nada relacionado a la pedofilia, objetos, información o tarjetas de crédito robadas, información personal y asesinatos. Respecto a municiones y armas, estuvieron permitidas hasta marzo de 2012, cuando comenzaron a ser ofrecidas en otro sitio, The Armory (La Armería), actualmente fuera de servicio “por escasez de transacciones”, según sus administradores.

Pese a las buena conducta comercial (aun cuando se trataba de artículos ilegales), algunos vendedores desarrollaron en Silk Road, como en otras plataformas, distintos tipos de estafas. En parte, muchos fraudes fueron posibles gracias al “sistema de honor” propuesto por Silk Road mediante el cual se permitía a los vendedores con más de 35 calificaciones positivas exigir la liberación del pago antes del envío del producto. Los scammers, como se conoce en internet a los timadores, creaban cuentas con reputaciones limpias y desaparecían luego de una gran promoción que incluía inverosímiles descuentos.
La transformación
Más allá de algunas conductas desleales, y en apenas unos meses, Silk Road se convirtió en una plataforma ideal de compra-venta de sustancias psicoactivas ilegales, con usuarios satisfechos, vendedores seguros y miles de transacciones por mes.
Pero lo verderamente singular del fenómeno Silk Road es que marcó el inicio de un nuevo sistema de venta online de sustancias que, lejos de constituir un flamante mercado negro de drogas, implica la reconfiguración del mercado de psicoactivos ilegales tradicional a partir de un cambio profundo en el canal por el que se llevan adelante los intercambios.
Alrededor del mundo, los circuitos de distribución de drogas ilegales son administrados por mafias y carteles, que en necesaria connivencia con fuerzas de seguridad y poder político, se ocupan de satisfacer la demanda y monopolizar las ganancias. En ese sentido, lo que Silk Road demostró es que el intercambio ilegal puede prescindir de estas estructuras mafiosas y acercar la sustancia directo al consumidor por medio de un canal legal: el correo.
En la venta online, el transporte (en el cuerpo de quienes por un poco de dinero se exponen a la muerte o la cárcel, o el que se realiza con una logística sólo invisible por decisión de las autoridades de control), los carte-
les y los dealers fueron reemplazados por el sistema postal. Además, la posibilidad de resguardar la identidad contribuyó sustancialmente a hacer desaparecer todo tipo de intermediarios. Así, un vínculo directo y anónimo entre vendedor y comprador, sumado a los canales legales de distribución, establecieron una dinámica que amenaza con producir enormes y profundas consecuencias en el mercado negro tradicional.
En lo que respecta específicamente al sistema comercial de Silk Road, uno de los aspectos más intersantes pasa por la internacionalidad de las transacciones, que reconfiguró las fuentes tradicionales de aprovisionamiento de sustancias y descentralizó su producción. La marihuana, cocaína y derivados del opio siguieron en manos de quienes pueden asegurarse grandes espacios de territorio para cultivarlos y la logística suficiente para trasladar el producto incluso hasta los vendedores virtuales, aunque no dejaba de haber una amplia oferta de cogollos, heroína o extractos de coca elaborados “artesanalmente”.
Otra es la situación de las sustancias sintéticas: no precisan grandes superficies de producción y el mayor requerimiento para su elaboración pasa sobre todo por el saber químico de quien las produce. Tradicionalmente, quien supiera y tuviera a su alcance los materiales para producir sustancias sintéticas, debía tener contacto con una red de distribución para poner su producto al alcance del usuario que deseara adquirirlo.
Pero la aparición de un sistema como Silk Road permitió que muchos especialistas produjesen, incluso en propios domicilios, cantidades considerables de drogas sintéticas y semisintéticas. Sustancias como el MDMA, LSD, DMT, 2C-I y una infinita familia de drogas de diseño pasaron a manos de pequeñas “pymes” que ofertan por la web y sólo tiene nque acercarse a un correo para enviar el pedido.
En envíos perfectamente camuflados, miles de paquetes atravesaron fronteras internacionales y viajaron en aviones para llegar a destino sin sufrir ningún tipo de detección. En ese sentido, salvo que hablemos de grandes y medianos emporios ilegales ya constituidos, quienes decidan comerciar drogas ilegales, ¿entenderán como necesario arriesgar la vida propia y ajena, construir una red delictiva armada, gastar millones en sobornos e infraestructura en diferentes territorios, si pueden hacerse una pequeña fortuna proveyendo de manera anónima a compradores anónimos a través de envíos minoristas?
Pero además de vendedores -quienes bajo el 90% de las legislaciones mundiales pueden ser acusados de narcotráfico-, Silk Road estaba llena de usuarios de drogas que, gracias a reunir ciertos requisitos, decidieron evitar el circuito tradicional. Personas de ambos sexos y de casi todas las nacionalidades con acceso a internet y una tarjeta de crédito o medios para acceder a Bitcoins.
Para este universo particular de usuarios, la aparición de Silk Road les evitó gran parte de las consecuencias negativas de exponerse al mercado negro de drogas, como la exposición física a lugares o situaciones peligrosas y la dependencia del factor “social” a la hora de conseguir un vendedor: ya no hace falta conocerlo personalmente o depender de contactos, sino simplemente navegar entre cientos de publicaciones y chequear la reputación del vendedor y sus productos. Como en cualquier otro sitio de compras online.
La plataforma de Silk Road ofrecía también una herramienta de control de calidad inexistente en las formas tradicionales del mercado negro. Al basar el éxito de los vendedores en las reputaciones obtenidas, los usuarios intercambiaban opiniones no sólo sobre los envíos, su velocidad y las cantidades recibidas, sino también sobre los efectos y pureza de las sustancias compradas.
En consecuencia, los vendedores competían por pureza y calidad, mostrando fotos del producto y de tests realizados. Así se gestó una especie de control horizontal del producto que contribuyó enormemente a reducir los riesgos y daños producidos por la adulteración de las sustancias.
Quizás, si no fuese ley actuar en barrios abandonados o zonas liberadas, ni cargar un arma o caminar mirando sobre el hombro, un vendedor de drogas podría parecerse a cualquier vendedor: una competencia abierta y sin tiros de por medio haría posible que su ocupación fuera la de considerar el precio y la calidad de su producto.
Lo pedís, lo tenés
F. vive en Buenos Aires, tiene 22 años y es estudiante universitario. Junto con un amigo se enteraron de Silk Road leyendo un post en una página de internet, la curiosidad pudo más y se largaron a la aventura de sumergirse en la deep web. Ahí descubrieron que la asombrosa promesa de “comprar drogas por internet” era cierta.
“Entramos al sitio y era como cualquier otra página de compraventa, con categorías y puntuaciones”, cuenta F. “Vimos que había unas listas de precio/calidad y fuimos directamente por eso. No sabíamos qué era, ni habíamos hecho un pedido antes. Sólo elegimos la que aparecía mejor calificada”.
Diez días después, el producto que habían encargado llegó discretamente. A la hora del testeo, dicen no haberse sentido defraudados.
“Lo primero que tuve que aprender es a comprar Bitcoins”, cuenta P., un cordobés de 28 años. “En Silk Road existen bastantes vendedores de Bitcoins y podés buscarlos según el país donde te encuentres”. P. no quería comprarlos con tarjeta de crédito y, luego de arreglar la compra virtualmente, fijó un punto de encuentro con el vendedor en una esquina de su ciudad.
“Me encontré con un pibe de mi edad y, una vez que le di los billetes, me mostró cómo hacía la transferencia de Bitcoins desde su celular y nos dimos la mano”. Horas después, P. estaba encargando algunos cartones de LSD y un par de gramos de MDMA, que a los pocos días llegaron al domicilio de un amigo perfectamente embalados.
L. vive en Noruega, a kilómetros del Polo Norte. Los controles policiales en ese país son muy estrictos y, si bien basta con unas horas de avión para aterrizar en los grandes mercados de psicoactivos europeos como Londres o Ámsterdam, retornar a Escandinavia con psicoactivos encima puede ser un camino directo a la cárcel.
L. es usuario de Silk Road casi desde sus orígenes y, según sus cálculos, lleva hechos más de 500 pedidos a través de la plataforma virtual. “La mayoría de las veces encargué drogas de diseño, aunque también pedí varias veces hachís”, cuenta.
Salvo una vez que no le llegó un pedido desde Australia, nunca tuvo un problema con los envíos. “Lo más importante a la hora de comprar en Silk Road era detenerse un tiempo en corroborar el historial del vendedor y los testeos que supuestamente le había realizado a la sustancia. Aunque muchas veces las sustancias no tenían el porcentaje exacto de pureza que declaraban, cuando se trataba de un vendedor con buena reputación, la calidad de sus productos también era buena”.
Sin embargo, no todos fueron clientes curiosos satisfechos y vendedores leales y seguros. Casi un año y medio después de lanzado el sitio, el 12 de julio de 2013, la policía australiana allanó la casa de Paul Howard, un usuario de Silk Road. Además de 46 gramos de MDMA, 15 de cocaína y 2.300 dólares en efectivo, la policía secuestró 35 picanas eléctricas -el modelo camuflado como celular-, bolsas ziploc y balanzas electrónicas.
Howard había seguido todos los pasos para comprar en Silk Road: una cuenta de Bitcoin con nombre falso, navegación encriptada y absolutamente nada de información personal durante las transacciones. Pero Howard cometió un error que lo llevó a una condena de cinco años de cárcel: todos los envíos iban directo a su casa.
No se sabe si fue una casualidad, por revisiones de rutina en el correo o por un dato filtrado, lo cierto es que la policía intervino un par de estos envíos, consiguió la orden de allanamiento y se logró el primer imputado por un delito relacionado a Silk Road. Un par de celulares con mensajes incriminadores del tipo “ya vendí 200 ácidos, me llegan más”, terminaron de cerrar la acusación.
La detención de Howard sirvió para que las autoridades australianas y el FBI confirmaran que la cara menos amable de Silk Road no se daba en el mundo virtual: cualquier persona podía comprar una gran cantidad de cualquier sustancia y revenderla, online o personalmente. Entre los miles de usuarios que compraban para ellos y sus amigos, también había revendedores amateurs, que usaban complejos sistemas de seguridad para evitar la detección online, pero enviaban los pedidos por correo a su propia casa, hablaban con toda tranquilidad por teléfono y coleccionaban picanas.
La ruta del dinero
Casi al mismo tiempo que salían a la luz las primeras denuncias sobre la existencia de Silk Road, un equipo de investigación de la Universidad de Carnegie monitoreó el sitio durante ocho meses y elaboró un extenso informe.
El 66% de los artículos vendidos en Silk Road fueron drogas, 19 de las 20 categorías más populares. La sustancia más comercializada fue la omnipresente marihuana, seguida por un genérico “drogas” que abarcaba una gran cantidad de sustancias en pequeñas cantidades.
Curiosamente, el tercer y cuarto lugar entre los productos más vendidos en un mercado ilegal lo ocupan, respectivamente, prescripciones para comprar drogas legales y distintos tipos de sedantes hipnóticos de farmacia. Entre las sustancias presentes en el Top 20 de ventas se encontraba también cocaína, LSD, MDMA, esteroides, heroína, opioides, DMT y diversos tipos de estimulantes.
Como la mayoría de los sitios de compra-venta online, gran parte de esas publicaciones o ítems formaban parte del único producto de un vendedor y tenían un tiempo máximo de publicación de un par de semanas, mientras que los vendedores o sus cuentas de usuario solían desaparecer al cabo de un período de tres meses.
En los ocho meses que duró el estudio, sólo 112 vendedores mantuvieron su presencia constante. Según los cálculos realizados en la investigación (basados en los precios de los productos publicados), la página movía 1,2 millones de dólares por mes, lo que generaba casi 100 mil dólares por mes de comisión para los operadores del sitio.
En los dos años que duró su funcionamiento, la comisión calculada por el FBI alcanza los 80 millones de dólares. Y según la agencia norteamericana, el tesoro de Silk Road, valuado a partir del flujo total de dinero que circuló por la plataforma durante ese tiempo, se estima en 1,2 billones de dólares, es decir, US$ 1.200.000.000.000.
El milagro que permitió Silk Road, los Bitcoins que podían hacer invisibles las transacciones, fueron también el arma de doble filo que ayudó a derribar el sitio. Entre abril y mayo de 2013, caídas del servicio y ataques de hackers devaluaron el precio de los Bitcoins, lo que repercutió en el sitio, no tanto en los usuarios, quienes estaban ahí por el servicio, sino en los vendedores. En los foros de la página, usuarios contaban que las fluctuaciones de valor hacían que a veces fuera más rentable quedarse los Bitcoins que utilizarlos de nuevo en el sitio.
Esto no sólo hacía más vulnerable la seguridad de la moneda (ya que finalizaban en una billetera virtual en lugar de seguir la cadena de transacciones), sino que además, en el caso de los usuarios que revendían lo comprado online, en una semana podían ver cómo un gramo de MDMA vendido en la calle no alcanzaba ni para pagar la mitad de lo invertido en su compra.
En este sentido, los Bitcoins no fueron ajenos al fenómeno que experimenta el mercado financiero real a partir de la especulación y la inflación que puede producir una moneda experimental en pleno desarrollo y popularización.
Jinyoung Lee Englund, directora de asuntos públicos de la fundación Bitcoin, aseguró en diálogo con THC que el caso Silk Road “sólo refuerza la realidad de que los Bitcoins por sí mismos no son ilegales. Son una forma neutral de intercambiar o almacenar valores. Quizás hasta son la herramienta menos atractiva para actividades ilegales, ya que cada transacción puede quedar para siempre registrada en un diario público”.
“Bitcoin es el futuro”, afirmó Dread Pirate Roberts (DPR) en una anónima entrevista con Forbes en julio de 2013, donde se explayó sobre su concepción liberal de la economía y negocios desde la clandestinidad. Y agregó que la moneda virtual “es parte de una gran transformación conducida por la tecnología de peer-to-peer e internet”.
“La gente ahora puede controlar el flujo y la distribución de la información y también del dinero, sector por sector el Estado está siendo recortado de la ecuación y el poder es devuelto al individuo”, señaló el joven cerebro hoy detenido.
Luego de aclarar que su idea fue generar un mercado lejos de los controles e impedimentos de los Estados alrededor del mundo, Ulbricht supuestamente DPR, explicó que Silk Road no era necesariamente un mercado ilegal o “negro”, sino “una oportunidad para vivir tu vida como vos lo veas correcto a pesar de los esfuerzos del Estado por controlarte”.
Cuando a Roberts le preguntan si no siente culpa por posibilitar a las personas, sobre todo a las más jóvenes, al acceso a sustancias que afectan la salud, responde que en realidad está orgulloso y que la prevención y educación sobre el uso de drogas no es una responsabilidad de quien las produce o las vende.
“Creo que hay problemas más inmediatos que pibes consiguiendo Bitcoins, configurando Tor, entrando al sitio y recibiendo paquetes sin que se enteren sus padres. Y en todo caso, es decisión y responsabilidad de los padres educarlos sobre drogas y cualquier decisión que tomen en la vida”.
La caída
Si bien Silk Road era conocido por denuncias en varios países y una cantidad nada discreta de artículos periodísticos, su cierre y la detención del principal responsable es solamente un pequeño halo de luz sobre un fenómeno que escapa a cualquier control, como abrir y cerrar una heladera en una cocina a oscuras.
Mientras se escribe esta nota, los usuarios siguen consultando los foros y páginas ocultas para saber dónde migraron los vendedores de confianza que servían bien y nunca mentían sobre la calidad de sus productos. La naturaleza anónima de internet, vapuleada, sigue conservando su esencia. El contenido es libre y está al alcance de todos. La punta del iceberg quizás no sea la deep web, sino la ética respecto al anonimato.
“Ciudadanos, activistas, organismos de seguridad y gobiernos, todos están preocupados por la privacidad. Y todos usan Tor”, afirma Andrew Lewman, director ejecutivo del proyecto Tor, en diálogo con THC. Consultado acerca de si el reciente descubrimiento de los mercados negros online afecta el desarrollo y uso público de este sistema, Lewman lo niega rotundamente.
“En todos los casos el trabajo policíaco ‘de la vieja escuela’ todavía es la mejor opción para rastrear humanos. Allanar Tor fue muy difícil, entonces encontraron errores cometidos por los operadores de esa clase de sitios. De la misma forma que la gente tiene mejores elementos para asegurar su privacidad, las agencias de seguridad tienen mejores herramientas para combatir el crimen online”.
Entre las acusaciones a Ross Ulbricht se cuentan dos cargos por “intento de asesinato” contra dos personas diferentes, ambos intentos, pues ninguna de las posibles víctimas resultó ni siquiera herida. Una de las causas llegó a un callejón sin salida: luego de descubrir mensajes donde supuestamente regateaba el precio que iba a costar un asesinato, las autoridades no encontraron ningún homicidio ni hecho violento relacionado con la persona a la que Dread Pirate Roberts (DPR) nombra en los mensajes. Este nombre, de hecho, ni siquiera figura como residente en la zona que, según las conversaciones de DPR, se movía la futura y posible víctima.
El segundo cargo es una comedia de los Tres Chiflados. Como figura en la acusación, un policía encubierto contactó a la administración del sitio simulando ser un vendedor ofuscado porque “no le servía vender menos de 10 kilos por movida”. Una vez contactado con un supuesto empleado de Silk Road, intercambió la cantidad de un kilogramo de polvo con trazas detectables de cocaína por un valor de 27 mil dólares en Bitcoins.
Según los investigadores, al poco tiempo este empleado se “fugó” de la compañía con una gran cantidad de Bitcoins y fue detenido por la policía en un procedimiento. DPR habría contactado al falso narco y le confesó su temor: el ahora preso tenía información confidencial sobre Silk Road y no dudaría en canjearla para morigerar su pena.
Primero DPR habría sugerido una golpiza, pero luego de expresar que nunca había mandado a matar a nadie, se habría limitado a decir “es lo correcto en este caso” y aceptó pagar 80 mil dólares por el trabajo, según resume el informe oficial.
Por expreso pedido del cliente, antes de terminar su misión, habría pedido a los sicarios que la víctima se sentara frente a una computadora y devolviera los Bitcoins robados, siempre evitando que estuviera presente su familia. Después de depositar los primeros 40 mil dólares, DPR habría pedido pruebas del hecho. Ante el requerimiento, los policías encubiertos armaron una sesión de fotos con el supuesto muerto, al que retrataron cubierto de sangre falsa y enviaron las imágenes al cliente luego de aclarar que había fallecido por asfixia y fallo cardíaco.
Según los investigadores, DPR depositó el 50% restante. Si así fueron los hechos, ¿nunca se preguntó cómo habría hecho un sicario para asesinar a una persona que se encontraba detenida en una prisión federal? Sus captores aseguran que en el mensaje que habría enviado con el pago decía: “estoy un poco impresionado, pero ok”.
Para fines de julio, el FBI había dado con, por lo menos, uno de los servers que hosteaban Silk Road, localizado en algún país europeo que el FBI no aclaró. Las IP (número de identificación de una computadora en una red con ese protocolo) listadas en la acusación provienen de Islandia, Letonia y Rumania. No se sabe exactamente cómo el FBI logró infiltrar finalmente Silk Road, pero se cree que fue a través de la vigilancia que ya tenían sobre Ross Ulbricht, en teoría DPR, en base a mensajes viejos en el foro de Bitcoin y los trabajos de inteligencia contra los operadores de Silk Road.
Con la posibilidad de intervenir el server, el FBI accedió al registro de 1,2 millones de transacciones desde el 6 de febrero de 2011 hasta el 23 de julio de 2013. De yapa vieron todos los e-mails del correo interno del server y además gran parte de TorMail, el servicio de mail que usaban los usuarios de Silk Road.
Afinar la puntería para cazar a Ulbricht fue solamente cuestión de trabajo duro y paciente. Rastrearon sus mensajes en foros, perfiles en redes sociales y comunicaciones entre amigos. Finalmente encontraron una restricción en el código de la página de Silk Road que habilitaba a un solo usuario a loguearse como administrador.
Con el número de identificación de este usuario, el FBI cerró el cerco en la ciudad de San Francisco, a pocas cuadras de donde vivía un amigo de Ulbricht y a donde habían ido tres meses antes durante la investigación por unos documentos falsos que venían de Canadá. Esos documentos coincidían con un pedido hecho por DPR (según constaba en los mails intervenidos) y tenían la foto de Ulbricht, lo que confirmaría que se trata de la misma persona. Cartón lleno.
A esto le sumaron la intervención de sus cuentas de Gmail y un dato particular: una pieza del código con el que se haría el sitio web Silk Road estaba posteado en una página, solicitando ayuda para su construcción. Ese post, una pequeña aguja en un gigantesco pajar, estaba escrito por un usuario llamado Frosty y daba una un mail falso, pero había sido editado: la dirección de mail originalmente posteada era “[email protected]”.
En la mañana del primer día de Octubre de 2013, Ross Ulbricht se despertó y fue a la biblioteca pública de Glen Park, en San Francisco, para usar la conexión de internet. La acusación presume que desde allí y desde un café cercano, Ulbricht realizaba todas sus conexiones relacionadas con Silk Road. Una vez que se logueó, los agentes irrumpieron en el lugar, detuvieron al acusado y, con la laptop, se llevaron información clave sin tener que crackear los passwords. Ése fue el fin de Silk Road.
El día después de ayer
Jeff Garzik, parte del equipo de programadores de Bitcoin, comentó a THC que está contento por la clausura de Silk Road: “Vendían cosas ilegales y supuestamente el operador ordenó dos asesinatos”.
Para una idea como Bitcoin, ser conocida como “la moneda del narcotráfico online” es claramente contraproducente a la sensación de seguridad que pretende generar. “El precio de los Bitcoins subió luego de cerrado Silk Road. La guerra contra las drogas produce víctimas y tiene que terminar, pero Silk Road no era la manera de lograrlo”, sentenció Garzik.
Junto con la detención de Ulbricht se conocieron más casos relacionados con el comercio de drogas a través de Silk Road. A mediados de 2013, usando una combinación de perros y revisiones exhaustivas al azar, empleados de correo en Estados Unidos descubrieron una serie de sobres con diversas sustancias ilegales.
En ese país los empleados postales son considerados empleados federales, por lo que se les puede exigir colaboración en causas penales. Así rastrearon al remitente, siguieron los envíos y llegaron a un pobre cliente de Alaska que se había comprado un par de gramos de cocaína. Fue él quien les reveló que la compra se la había hecho a un tal Nod de la página Silk Road.
Nod era uno de los vendedores top, conocido por la calidad de sus productos y la diligencia con que cumplía los envíos. Según un medio norteamericano, en una audiencia de la causa contra Steven “Nod” Sadler, el fiscal aclaró que el acusado llevaba dos meses colaborando con el FBI y que por razones de la agencia de seguridad, no podía revelar en qué causa. El hecho curioso es que su ayuda a la agencia federal terminó el mismo día que Ross Ulbricht fue detenido.
Según consta en la investigación, agentes del FBI navegaron y compraron sustancias por Silk Road, en más de 100 transacciones que incluyeron MDMA, LSD, heroína, cocaína, marihuana, entre otras. Las enormes cantidades que podían adquirirse (un kilo de heroína pura, por ejemplo) activaron una investigación conjunta entre el FBI, la DEA, Aduanas y el IRS (Servicio de Impuestos Internos de los Estados Unidos). Desde julio de 2011, las agencias norteamericanas tenían cuentas y realizaban compras por Silk Road, monitoreando gente y acumulando información sobre movimientos de dinero y drogas a nivel mundial.
Una vez cerrado el sitio y guardada la información, vino la captura del dinero: al cierre de esta edición, el FBI poseía más de 2 millones de dólares (29 mil Bitcoins de aquel entonces) en una billetera virtual, todo el dinero que se encontraba en el sistema al momento de clausurar el sitio. Cuando termine el proceso judicial, seguramente serán vendidos.
Mientras tanto, las nuevas alternativas a Silk Road germinan en la oscuridad, demostrando que si hay algo que venció para siempre la arcaica terquedad de la prohibición, es la tecnología al servicio de la imaginación de los prohibidos.
Regular o reventar
A pesar de los arduos esfuerzos del FBI por ponerle un rostro a Dread Pirate Roberts y llevarlo a prisión, el verdadero premio gordo, su propia billetera virtual, consistente de unos 80 millones de dólares, sigue oculta por un password que sólo Ulbricht, en teoría, conoce. Son unos 600 mil Bitcoins, según algunos, el 5% del total de la moneda virtual en circulación.
Mientras tanto, las nuevas alternativas a Silk Road germinan en la oscuridad, demostrando que si hay algo que venció para siempre la arcaica terquedad de la prohibición, es la tecnología al servicio de la imaginación de los prohibidos.
La reconfiguración del mercado negro de sustancias pareciera apuntar a eliminar la violencia en torno a la distribución e incluso dejaría atrás la tradicional práctica narco: si la competencia es virtual, la única agresión posible a un competidor es un mail amenazador escrito en mayúsculas; si la distinción es el servicio, hay que ofrecer lo que la demanda exige. No sólo se trata de una nueva relación entre clientes y vendedores, sino también de la imposibilidad de ejercer un control represivo sobre el canal donde se realiza ese intercambio.
Silk Road y el mercado online de drogas, en cierta medida, evidencian lo obsoleto de la prohibición y dejan en manos de los Estados la tarea de regular de manera racional y humana ambos extremos de ese nuevo canal en permanente y compleja mutación.
El nuevo escenario digital demanda un paradigma cultural y normativo que sólo puede desarrollarse superando los límites analógicos de la prohibición. Con sus características y consecuencias, el fenómeno Silk Road hace que la opción de trasladar la Guerra a las Drogas al universo virtual se manifieste inviable.
La alternativa implica una doble responsabilidad. Respecto a las drogas, el desafío pasará por regular los procesos productivos para asegurar que éstas sean aptas para el consumo humano y posean estándares de calidad; y en el caso de los derivados de plantas de consumo masivo cuyo cultivo requiere de extensos territorios y mayor fuerza de trabajo, será indispensable un control de los modos de producción.
Respecto a quienes deciden consumir psicoactivos, las políticas deberán apuntar a educar, proteger y brindar acceso a los sistemas de salud a aquellos que lo necesiten.
Es eso o seguir persiguiendo piratas en un océano demasiado enorme e incontrolable.