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@Nicolas Rosenfeld

Jack Kerouac, el rufián melancólico

El 12 de marzo de 1922 nació en Massachussets, Estados Unidos, Jack Kerouac, el escritor emblema de la Generación Beat, a través de su prosa desenfrenada se desenrrolló la revolución que luego cambiaría el mundo y lo cubriría de experimentación, psicodelia y música.

La siguiente nota apareció en la edición impresa de THC 112.

Jack Kerouac, el rufián melancólico

Repiqueteaba la máquina de escribir en el silencio de la oscuridad con el sonido de la calle, el tintinear de esquirlas  de la Segunda Guerra, con las canciones de los vagabundos en los trenes y la lluvia en la chapa de los barrios de inmigrantes.

Era el vaivén que sacudía los bares de negros escuchando jazz, a los trabajadores mexicanos en las esquinas del Barrio Chino armando porros y a los chinos comiendo exóticos platos cuyos nombres no tenían traducción. Al fondo, el eco de cuentos de marineros, aventuras de contrabandistas de la Ley Seca, el chillar de picos rompiendo la piedra en plena fiebre del oro.

Repiqueteaba la máquina de escribir con los sonidos de la noche norteamericana. Con esa música nació la  generación que popularizó la marihuana, que experimentó el LSD legal y que cambió la música y la literatura para siempre.

La escuela de la carne

Jack Kerouac (Jean-Louis Kerouac) nació en Lowell, Massachusetts, Estados Unidos, el 12 de marzo de 1922. Fue criado en la fe católica por sus padres, un imprentero y una ama de casa. De joven se  destacaba en el fútbol americano. Así consiguió becas en las  universidades de Boston y Notre Dame. Pero al final eligió estudiar Literatura en la universidad de Columbia, en Nueva York.

En 1942 abandonó la universidad. Primero se enroló como marinero en la marina mercante de Estados Unidos. Luego se embarcó en un buque de la Armada estadounidense y fue dado de baja por motivos psiquiátricos. En Nueva York vagó por bares, empapándose en la movida del jazz que comenzaba las formas del bebop, improvisado y salvaje. Allí conoció al saxofonista Lester Young, quien le habría presentado la marihuana.

Durante los años 30 y 40 la marihuana era casi inseparable del  mundo del jazz: permitía relajarse después de un día de trabajo y tocar hasta muy tarde sin dejar resaca. Incluso fue una ayuda inestimable para aliviar las diferencias raciales que existían también dentro del universo jazzero.

Con el poeta Allen Ginsberg

En esa época Kerouac conoció a un tal Lucien Carr, ex compañero del poeta Allen Ginsberg en la universidad de Columbia. Carr lo conectó con el submundo que luego el mismo Kerouac bautizaría como “generación beat”. Al grupo solía sumarse el escritor William Burroughs, con quien lo unió un confuso episodio: Carr asesinó a un amigo y Kerouac fue detenido junto a Burroughs, acusados de cómplices al ayudar a Carr a elaborar una coartada y deshacerse de evidencia. Después de salir de la cárcel bajo fianza, y con nuevas amistades, Kerouac volvió a vivir a la casa de sus padres.

En el camino

En 1945, mientras escribía su novela El pueblo y la ciudad, Kerouac conoció a Neal Cassady, que estaba de visita en Nueva York. Cassady era todo lo opuesto a sus amigos intelectuales: hijo de un alcohólico vagabundo y criado entre prostíbulos, trenes de carga y bibliotecas públicas, a los 21 años ya contaba con tres entradas a  reformatorios por robo de autos. Ni siquiera lo hacía por lucro: simplemente quería divertirse. El día que Kerouac golpeó la puerta del hotel donde Cassady estaba parando, este abrió desnudo y le pidió cinco minutos para  terminar lo que había empezado con su amante.

La impresión que aquella escena generó en Kerouac fue demoledora. Vio en Cassady una especie de héroe, un cowboy del siglo XX que iba por la vida sin aferrarse a nada más que el ansia de vivir. Se hicieron amigos y cuando Cassady volvió a Denver, Colorado, comenzó a escribirle a Kerouac enormes cartas sobre sus aventuras personales, su niñez y sus conflictos. La escritura de Cassady lo conmovió tanto que decidió dejar su novela por la mitad, juntó sus cosas y salió a la ruta, para llegar a Denver haciendo dedo.

Pasaron varios días y noches de fiesta y siguieron viaje a San Francisco. Los siguientes tres años de Kerouac transcurrieron entre Nueva York, Ciudad de México, Denver y Nueva Orleans, acompañado por Cassady o solo, encontrándose con Burroughs, Ginsberg y otros en distintas ciudades.

Con Neal Cassady, el gran heroe de En el camino.

En 1950 publicó El pueblo y la ciudad bajo el nombre John Kerouac. Las ventas fueron bajas, pero ya trabajaba en una novela clave. Decía que su prosa se desenrollaba como el asfalto y la estela de los barcos que cruzaban el océano. Tanto, que para evitar interrupciones al cambiar el papel en la máquina de escribir, creó rollos de papel pegando hojas entre sí para tipear de un tirón.

Aseguró en vida que con esta técnica necesitó tres semanas y 36 metros de papel para escribir En el camino, que se volvió la leyenda de su propia vida. Según Kerouac, sostuvo el maratón con una dieta a base de cafeína, sandwiches y bencedrina, un tipo de anfetamina de venta libre en la época. Lo que generalmente no se cuenta es que tuvo tres manuscritos y que había comenzado a escribirla en 1948. Tampoco se dice que tanta bencedrina le produjo una tromboflebitis en las piernas.

Eran tiempos de bonanza post Segunda Guerra Mundial y se comenzaba a ver un tipo diferente de vagabundo. Eran jóvenes y no tan jóvenes que negaban entregarse al “sueño americano”. No querían conseguir un trabajo, ni casarse, ni endeudarse, ni vivir para jubilarse. Kerouac empezó a desplazarse por el país haciendo trabajos temporales, anticipándose a las formas de vida de la generación de los 60.

A pesar de congelarse durante seis años en los freezers de las editoriales, cuando se publicó En el camino se convirtió en un hito de la literatura norteamericana y luego mundial, con traducciones a más de 20 idiomas, reimpresiones constantes y participaciones en las listas de los 100 mejores libros de la historia en varios países.

Se trata probablemente de uno de los textos más influyentes de la cultura moderna, pieza recurrente en las inspiraciones de artistas y gente que al menos por un verano decide abandonar las comodidades del  sedentarismo y contemplar la ruta extenderse hasta el horizonte. Todo eso en base a la versión censurada de 1957 de la editorial Viking Press, que le compró los derechos del libro a Kerouac a cambio de que use seudónimos para los personajes y edite las escenas de contenido sexual.

El camino del samurai

Kerouac siguió viajando y escribiendo. Al año siguiente de concluir En el camino, en 1952, tuvo una experiencia  con peyote junto a William Burroughs en México. En una carta a un amigo, Kerouac describió la experiencia de encontrarse sentado en un parque “queriendo echarme en el pasto, cerca del suelo, bajo la luz de la luna con las luces de las casas titilando y brillando en mis ojos”.

En la carta también afirma su entusiasmo por continuar escribiendo en lo que luego él mismo bautizó como  «prosa espontánea” y que definiría su estilo en sus próximos libros. Entre esos experimentos escribió Doctor Sax, en el que relata un sueño situado en su pueblo natal, donde el doctor Sax enfrenta a la Gran Serpiente del Mundo.

Serán años de viajes a México y fascinación por el budismo. En 1953, Kerouac escribió Los subterráneos, una historia de amor con una mujer afroamericana. El romance duró tres días y noches bajo los efectos de la bencedrina. Los subterráneos sería publicada en 1958, pero en el medio pasaron cosas.

En 1955 Kerouac conoció a Gary Snyder, un poeta montañés que le contagió su pasión por vagar y por la vida austera. Este periodo de su vida se narró en el libro Los vagabundos del Dharma, en el que después de pasar un invierno en la casa de su madre, meditando en el bosque y escribiendo, se dirige primero a San Francisco y luego al norte de Washington a escalar con Gary Snyder. Todo eso como previa a pasar dos meses trabajando para el Servicio Forestal como guardia de incendios y viviendo completamente solo en una pequeña cabaña al norte de Seattle, a kilómetros de la civilización.

El laberinto de la soledad

Si bien existen cientos de menciones al cannabis en los libros de Kerouac, incluso un párrafo enorme de En el camino donde compran marihuana al costado de la ruta y después se van a un cabaret, es Ángeles de desolación, publicado en 1965, el más explícito en su contenido cannábico.

El libro fue escrito varios años antes de ser publicado, más precisamente un par de meses antes de que En el  camino entrara a publicación, y retoma el final de Los vagabundos del Dharma. Cumplido su contrato, Kerouac desciende de nuevo a la civilización en un viaje frenético que lo lleva a Ciudad de México a visitar a William Garver, bautizado en el texto como Bull Gaines, morfinómano legendario, amigo y proveedor de Burroughs en México, quien lo retrató en su novela Yonqui.

Kerouac se instaló en el techo de Garver con una bolsa de dormir a la intemperie y alumbrándose con una vela escribió la mitad de Ángeles de desolación, gran parte en base a los diarios que mantuvo mientras estaba en la
montaña. Subió con dos amigos a las pirámides de Teotihuacán y se prendieron un porro en la cima, como dice Kerouac “para sentir nuestros instintos sobre el lugar”.

Más adelante, luego de pasar por Estados Unidos, visitó la ciudad de Tánger, Marruecos, donde además de tipear y pasar en limpio El almuerzo desnudo, la obra fundamental de William Burroughs, siguió experimentando con sustancias, entre ellas el majoun marroquí que su amigo preparaba:

“Bull hacía pequeñas bolitas que masticamos por horas, despegándolas de los dientes con escarbadientes,  bajándolas con té sin azúcar. En dos horas se ponían enormes y negras y salíamos a los campos que rodean la
ciudad, un mambo tremendo lleno de sensaciones coloridas”.

A un siglo de su nacimiento, es indudable que la obra de Kerouac marcó un antes y un después en la cultura moderna.

En Marruecos, Kerouac probó el opio, primero fumándolo en una pipa improvisada con una lata de aceite de oliva, acompañado por Burroughs y otros dos amigos. Al no sentir los efectos, decidieron comerlo. No fue una experiencia positiva y Kerouac la recordó, básicamente, como 24 horas echado sobre su espalda sufriendo oscuras visiones que comparó con las que había leído en los libros de Thomas De Quincey.

El éxito inmediato de En el camino, a pesar de las demoras y las frustraciones para publicarlo, y el súbito interés en sus anteriores libros agrandaron su presupuesto de escritor bohemio. Pero catapultado a la fama y habiendo
patentado un estilo de escritura, su vida empezó a dejar de ser privada. Sus amigos aceptaron haberse convertido en los personajes de sus novelas, disfrazados en un mar de seudónimos, aunque varios se resintieron de que hiciera dinero a partir de sus historias, alegrías y padecimientos. En sus páginas, además de una poesía sincera, atolondrada y exploradora, se asomaba un tipo atormentado por la vida de celebridad y la culpa católica.

Para 1960, Kerouac elegía las casas por la altura de sus cercas perimetrales mientras Cassady estaba preso en la cárcel de San Quentin, San Francisco (la misma a la que iba a cantar Johnny Cash), por tenencia de un par de porros.

La vida en los bosques

Literalmente atormentado por la fama y sin escribir, visitó San Francisco para luego retirarse a una cabaña que el poeta Lawrence Ferlinghetti tenía en los bosques. Esta vez viaja cómodamente encerrado en el camarote de un tren. Después de tres semanas en paz, solo, leyendo y escribiendo, cortando leña y tomando agua de arroyos, Kerouac sufre una grave crisis de delirium tremens mientras varios de sus conocidos se encontraban pasando el fin de semana en la cabaña, incluido el liberado Neal Cassady con esposa e hijos.

Enceguecido por ideas paranoides y delirios, Kerouac terminó experimentando la visión de la cruz y una sensación de consuelo eliminó paulatinamente la agonía que sufría. De esa experiencia surgió el libro Big Sur, publicado en 1962, quizás uno de los mejores textos sobre la desintegración de la personalidad que puede experimentar una persona con una crisis alcohólica severa. En el mismo texto cuenta que, de paso, se fumó un porro con Neal Cassady.

En octubre de 1960, de vuelta en San Francisco y coincidiendo con la llegada de Allen Ginsberg de Sudamérica, Kerouac tuvo una experiencia de ayahuasca, sustancia que Ginsberg y Burroughs habían experimentado. Aunque sintiera, en sus propias palabras, que fue uno de los momentos más tiernos y reveladores de su vida, más tarde recordó a Ginsberg que cuando se embarcaba en maratones de alcohol en Nueva York, volvía a su casa sufriendo horrorosas visiones “¡como cuando bebimos ayahuasca, el espanto de la vida!”.

Al año siguiente, en enero de 1961, Kerouac probó la psilocibina. Las cápsulas que ingirió, facilitadas por Ginsberg, provenían de manos del polémico investigador y gurú Timothy Leary. Ambos se encontraban en el departamento de Ginsberg cuando Kerouac llegó borracho y comenzó a burlarse de ellos, preguntando a Leary si los hongos «mágicos” podían absolver los pecados de nacimiento que hasta el mismo hijo de Dios había tenido que venir a redimir. Ginsberg simplemente le respondió “probemos”.

Terminaron la experiencia jugando al fútbol americano en la nieve. Poco tiempo después Kerouac escribió una carta titulada “Querido entrenador” dedicada a Leary: “Mayormente me sentí como un Genghis Kahn flotante, sentado en mi alfombra voladora con mis tenientes y mis dioses a mi lado, una sensación antigua de templos, un sueño encantador”, escribió. “Cuando me levanté a la mañana siguiente, por un instante sentí que todo el barrio estaba en paz porque sabían que yo era el Maestro de la Verdad de los Cielos”.

Del camino eterno al sedentarismo sin esperanza, Kerouac se deprimió cada vez más y encerró en su casa.

El otoño del patriarca

Hacia 1962 Kerouac dejó de experimentar con enteógenos. Lo que no dejó de aumentar fue su consumo de alcohol. Su escritura abandonó a los antihéroes, como Cassady o Snyder, y se volvió un monólogo interno  desenfrenado. Ya desilusionado del budismo, cansado de viajar sin sentido y atormentado por una vida pública de la que no podía escapar, Kerouac comenzó a alejarse del entorno beat, refugiándose en la convivencia con su madre.

Mientras tanto, su obra sigue su camino: En el camino y Los vagabundos del Dharma sirven de inspiración al movimiento hippie que populariza el ritual de viajar a dedo, las filosofías orientales, la vida rural y los enteógenos.
Desde su aislamiento publica Visiones de Gerard en 1963, un texto en honor a su hermano muerto de fiebre reumática cuando él tenía sólo 4 años. Consciente de que la mayoría de sus recuerdos provienen de fotografías o de comentarios de su familia, la presencia de Gerard es una constante en sus crisis espirituales, considerándolo  un santo o sintiendo culpa por su muerte.

En 1964 fue la última vez que vio a Neal Cassady, esta vez al volante del micro que llevaba al escritor Ken Kesey y su troupe, los Merry Pranksters, en una gira alrededor del país  repartiendo LSD. Neal y Jack no se veían desde el colapso de Kerouac en Big Sur.

Durante los últimos años de su vida Kerouac continuó publicando lo que él llamaba la leyenda de Duluoz. compilando todos sus libros autobiográficos, podía revivir sus aventuras, sufrimientos y desvelos, y como una vez le dijo a su tercera esposa, la escritora Joyce Johnson, no se aburriría de viejo.

Los últimos años de su vida los pasó frente al televisor, apoyando la guerra de Vietnam y al movimiento hippie que el mismo había inspirado.

Pero en realidad pasaría sus días sentado frente al televisor tomando cerveza y whisky, con su madre postrada  por un accidente cerebrovascular y casado con la hermana de un amigo de su infancia.

El 21 de octubre de 1969, luego de sufrir una hemorragia digestiva, Jack Kerouac murió por complicaciones hepáticas. Un año antes, Neal Cassady había muerto de frío en México, tirado en las vías del ferrocarril luego de una vida intensa llena de frenesí.

En su último libro, La vanidad de los Duluoz, cuenta historias de su infancia, su vida deportiva, la universidad y sus miedos de marinero en un mar en guerra. Poco quedaba del poeta beat: apoyaba la incipiente Guerra de Vietnam, detestaba al movimiento hippie y a los comunistas. Padeció el rechazo: los conservadores lo consideraban apenas un adicto obsceno; la izquierda, un burgués fascista.