A sus ochenta años, la filósofa argentina Esther Díaz vive muy lejos del estereotipo, disfrutando el pesamiento, el sexo y la marihuana.
Autora de una veintena de libros, epistemóloga y ensayista, tuvo que recorrer un arduo y espinoso camino hasta poder obtener su doctorado. Los estudios secundarios los pudo completar recién a la edad de los veintiséis años, ya que sus padres le prohibieron que continuara estudiando porque, para ellos, “la mujer se debía a la casa y a su esposo”.
Logró separarse de un marido golpeador y alcohólico y. siendo madre de dos hijos, ingresó a la Facultad de Filosofía mientras trabajaba de peluquera en un barrio del oeste del Gran Buenos Aires.
En 2019, Díaz decidió publicar sus memorias. Filósofa Punk (Ariel) condensa gran parte de lo que fue su álgido derrotero aferrada al concepto de “parresía” (decir siempre la verdad sin medir las consecuencias).
En el libro da cuenta de su crianza opresiva, sus años de mujer golpeada, su propia experimentación con psicoactivos y el proceso terrible que debió atravesar con la muerte de sus dos únicos hijos.
Con más de 8 décadas vividas, Esther Díaz es una auténtica superviviente de una travesía donde su vigor juvenil avanza a la par de una lucidez implacable.
¿Cómo definirías el deseo?
La filosofía comenzó prácticamente ocupándose del tema del deseo. Sócrates dice que el deseo es el anhelo por lo que no tengo, por lo que me falta. Lacan retoma eso, con unas palabras más científicas: el deseo no tiene objeto. Como diciendo: creemos que deseamos algo, una persona, una sustancia, un alimento, un viaje. Pero cuando lo obtenemos no es que saturamos el deseo y nos quedamos satisfechos para toda la vida. Por eso la sabiduría de los griegos, que asimiló el deseo con el ave Fénix, el ave que la queman y después renace de sus cenizas. Eso es el deseo: lo que renace de sus cenizas. O sea que es una ansiedad.
Deleuze dice: al deseo no le falta nada. Al revés: se derrama. Es tanto el impulso vital que hacemos cosas porque justamente nos sobra esa pulsión. Por eso hacemos revoluciones. El mismo Deleuze fue muy amante de los estimulantes, de las drogas. Fue alcohólico unos años antes de morir. Él decía: “La vida es demasiado fuerte como para poder soportarla sin ningún estimulante”. Y justamente, eso fuerte que tiene la vida es ese exceso de deseo. Tenemos tanta voluntad de vida o de existencia, que nos rebalsa. Es tanta la ansiedad que nos consume que necesitamos algo como para poder soportar la vida.
¿Cómo distinguir cuándo un deseo se convierte en algo liberador y cuándo en algo que resulta opresivo?
Esa pregunta me lleva inevitablemente a Spinoza, porque este filósofo dice que la realidad nos afecta solamente con dos tipos de pasiones: las tristes y las alegres. Él no habla del bien y del mal, sino que habla de estar alegre o estar triste. Cuando uno está alegre porque amás o porque te va bien en tus proyectos, entonces uno es, con palabras de la ética común, “más bueno”. Cuando el estimulante, o lo que quieras incorporar que te ayuda para soportar esta vida, te permite trabajar y sos más creativo, eso es lo positivo.
En cambio, cuando ya estás tan saturado, como le pasó a tantos artistas, o como me pasó a mí también que tuve mi propia época de reviente hasta que me di cuenta que eso ya se me volvía en contra de mi creatividad, ahí ya está mal, algo no está funcionando. La respuesta para tu pregunta es esa: darle chance al deseo, y eso te permite estar mejor, entonces es una línea de fuga liberadora. Cuando estás hecho bolsa, cuando te tienen que cambiar el hígado, cuando ya no podés trabajar, no podés crear, entonces eso sería lo negativo de darle satisfacción al deseo.
¿El deseo sería algo que no está destinado a resolverse?
La vida no es dramática, porque los dramas, que es un invento moderno, siempre se resuelven. Para bien o para mal se resuelven. En cambio, en las tragedias griegas, que para mí eso es la vida, no se resuelve nada. Porque son dos fuerzas de la misma intensidad, pero de sentido contrario.
Entonces forzosamente chocan. A veces las tensiones son más fuertes, a veces son más débiles, pero siempre estamos en tensión. El desafío más grande que tenemos es ese: bancarse la contradicción. Hay veces que son más insoportables y hay veces que son más llevaderas, pero si asumimos que realmente somos contradictorios, no sé si seremos más felices, pero sí seremos más realistas.
“Probé el cannabis a los 40: fue paradisíaco, fue tirada en una hamaca paraguaya, una sensación que tuve nunca más la volví a tener. Sentí que mi cuerpo eran algas y que estaba en el mar”
¿Creés que en la sexualidad el deseo puede llegar a ser trascendido?
Pienso que no, sí puede llegar a ser sublimado. En eso estoy de acuerdo con Freud. Y yo lo veo ahora en esta etapa de mi vida, yo creo que la sexualidad no tiene fecha de vencimiento, aunque no tengo las pulsiones que tenía a mis cuarenta años. Pero yo creo que no, que en el ser humano no hay la posibilidad de trascender más allá de nuestra inmanencia, pero sí de ser nómade, de ir cambiando. Yo no podría hablar de trascendencia porque tengo muy en claro que somos aquí y ahora. Y de que más allá, desde mi punto de vista, no hay nada.
Hablaste de reviente. Hay una frase de William Blake que dice: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”. ¿Qué pensás de ella?
Esa es una postura muy romántica a la que no adhiero totalmente. No estoy de acuerdo porque se desprende que forzosamente tiene que estar el reviente para llegar a crear. Bach, por ejemplo, tuvo una vida de burgués, totalmente tradicional y fijate las obras que hizo. Y la inversa, hay tantos reventados que no crean nada.
Hay que estar atentos cuando el reviente te lleva a la falta de obra. Foucault, hablando de Nietzsche, define a la locura como a la falta de obra. ¿En qué se manifestó la locura en Nietzsche? Justamente en eso: en su falta de obra. No escribió una línea coherente desde el momento en que se volvió loco. En el caso mío valdría también, porque cuando yo toqué fondo con el intento tan fuerte de suicidio que tuve, nunca más volví a las drogas pesadas, nunca más. Después de eso he publicado quince libros que no los podría haber publicado.
¿Esas experiencias límite en las que te sumergiste te dieron algún grado de comprensión?
Sí, totalmente. Y también me dejaron beneficios. Yo tengo estas posiciones que te digo respecto de esto porque lo viví con mi cuerpo, sino no sentiría que tengo autoridad para hablar de ello. Y por otro lado está la noción del límite, porque la filosofía surgió también por eso, por nuestra finitud. Hacemos filosofía justamente por la angustia que produce la finitud. La experiencia de las drogas, cuando es excesiva, te marca ese límite.
“El mayor mérito de la marihuana es que, bajo su efecto, todas las boludeces que me marcaron las monjas y mi mamá respecto de mi sexo se fueron cayendo”
¿Cuándo llega el cannabis a tu vida?
Recién a los cuarenta años, mis hijos eran adolescentes. El día que cumplí los cuarenta, llegué de trabajar y mi hijo me dice: vení vieja que tengo un regalo para vos. Y me regaló dos porros. Entonces yo me tiré en la hamaca paraguaya, él se quedó sentado escuchando música y puso Pink Floyd, que yo nunca lo había escuchado. Ese primer porro fue paradisíaco, porque fue tirada en esa hamaca paraguaya, y la sensación que tuve nunca más la volví a tener. Sentí que mi cuerpo eran algas y que estaba en el mar y los acordes de Pink Floyd hacían mover mi cuerpo, que eran esas algas al ritmo de la música… Incluso más adelante, cuando empecé a hacer algunas experiencias con ácido, ni siquiera el ácido me hizo sentir esa cosa tan prístina que me dio el primer porro…
¿Y con el cannabis qué relación has tenido?
La marihuana la puedo manejar. Por ejemplo, yo fumo para corregir, porque siento que se me bajan las barreras que uno se pone. Y también el sexo pleno que he tenido y que tengo se lo debo a la marihuana fundamentalmente. Además puedo no fumar marihuana y no pasa nada. Hace unos meses me hice una operación estética y estuve un mes sin probarla. Así que tiene esa ventaja. Para mí la marihuana es una pasión alegre.
“Participar en las movilizaciones políticas y sociales y en el uso de psicoactivos fue beneficioso para romper con el sometimiento de la mujer”.
¿Cómo fue tu sexualidad con la incorporación de la marihuana?
El mayor mérito de la marihuana es que, bajo su efecto, todas las boludeces que me marcaron las monjas y mi mamá respecto de mi sexo, de lo que está mal, de los límites, todas esas cosas se fueron cayendo como si fueran velos. Hoy puedo tener relaciones sexuales libres y el tabique de las inhibiciones me lo hizo caer la marihuana y, bueno, también muchos años de psicoanálisis. Pero la marihuana fue una bisagra en mi vida. Tuve acceso a otra forma de vida. Yo recién después de los cincuenta años logré ser multiorgásmica, y eso se lo agradezco a la marihuana. Y no solamente soy multiorgásimica estando con otra persona, sino en el auto erotismo también. Los muchos tabúes que marcaron sobre todo a mi generación y que, en cierta manera, todavía seguimos sufriendo, los pude atravesar gracias a la marihuana.
¿Creés que el uso de psicoactivos por parte de la mujer también forma parte del empoderamiento femenino?
Antes ni siquiera nos permitían transgredir. Las revueltas estudiantiles y obreras del mayo del sesenta y ocho, más la extensión del uso a ciertas drogas, yo creo que coadyuvaron a la “liberación” de la mujer. No es que nos liberamos, pero sí que empezamos a tomar conciencia de la falta de derechos. Lo cual ya es comenzar a adquirir derechos. En ese sentido, sí. Participar en las movilizaciones políticas y sociales y en el uso de psicoactivos fue beneficioso para romper con el sometimiento de la mujer. Porque no es que no estábamos presas porque somos más buenitas por naturaleza, sino porque estábamos mucho más reprimidas. Quiere decir que hay más libertad para transgredir. Y ese es un derecho ganado por las mujeres.
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Esta entrevista se publicó en la THC 129.