Dentro de una vida llena de curiosas paradojas, que el pintor alemán Mati Klarwein (1932-2002) se haya definido a sí mismo como “el más famoso pintor desconocido del mundo” guarde tal vez un sentido tan trascendente como las más impactantes de sus pinturas. Y es que sus creaciones pasaron a ocupar un lugar importante en la historia del arte visual, sin que por ello su nombre hubiese acompañado el alcance masivo de una parte esencial de su obra.
La más reconocida de sus imágenes, la obra “Anunciación” (1961), terminó convertida en una especie de arquetipo del arte visual psicodélico, cuando fue elegida por el músico mexicano Carlos Santana como tapa de su disco “Abraxas” (1970).
Al verla impresa en una revista, el músico se sintió tocado por su potencia y sintió que tenía todo que ver con la música que estaba haciendo. Tan vibrantes eran sus colores y tan electrizantes sus simbologías místico eróticas multirraciales, que terminaron complementando la propia revolución sonora que traía la grabación.
El disco llegó a vender más de un millón de ejemplares y acabó teniendo un lugar muy respetado dentro de la etapa final de la fase más contracultural del rock de los sesenta, vinculados al hippismo y la psicodelia.
En relación específica al LSD, si bien no era su costumbre pintar bajo sus efectos, para el final de la década del 60 la figura de Klarwein estaba ya asociada con la de una comunidad de artistas cuyo arte expresaba la ampliación lisérgica de la conciencia. Una de las causas fue un importante artículo periodístico que reseñaba en su momento de mayor auge a esta corriente, donde Klarwein terminó declarando que pintaba bajo los efectos del ácido para poder ser incluido en el artículo.
La más reconocida de sus imágenes, “Anunciación” (1961), terminó convertida en una especie de arquetipo del arte visual psicodélico, cuando fue elegida por Carlos Santana como tapa de su disco “Abraxas”.
Con los años, aclararía que comenzó a tomar LSD por la forma en que muchas personas le decían repetidamente que su pintura era psicodélica. También dijo que la sustancia psicoactiva le había generado más interés dentro del marco de sus exploraciones eróticas que para expandir su mirada estética hacia percepciones cósmico místicas.
Fue más bien la riqueza de su propio universo estético, plagado de visiones místicas que, venían de su infancia en Palestina, el que imantó el interés de la comunidad cultural artística norteamericana. En su atelier de New York, donde se había instalado a inicios de los 60, llegó a plasmar una obra que parecía unificar las vivencias e intereses de toda su vida movediza.
Hijo de un arquitecto judío y de una cantante de opera alemana, nació en Amsterdam, de donde huyó con su familia hacia Palestina, al llegar el nazismo. A los 17, viaja con su madre a Francia, a poco de crearse el estado de Israel, donde su padre diseña el edificio del Parlamento. En París y Saint Tropez recibió enseñanzas e influencia de pintores como Fernand Léger, Ernst Fuchs y Salvador Dalí. Y es luego de una vida nómade por varios continentes, cuando se establece en New York.
Allí fue donde consiguió plasmar una obra total, en la que venía soñando desde hacía varias vidas: “El Santuario del Aleph”. Se trataba de un espacio de 3 metros cuadrados, confeccionado con placas de madera, en cuyo interior convivían más de 70 pinturas, de tamaños diversos, que incluían un enorme mandala en el techo y funcionaban juntas como un caleidoscopio mágico. Pretendía la poética desmesura de captar la totalidad de las cosas de la vida en su unidad fundamental. Y se propuso crear un lugar donde las personas pudiesen vivir, en palabras del pintor, “un genuino orgasmo mental”.
Así lo describe en su libro “Mati & the Music”, donde cuenta que el psicólogo Timothy Leary, el profeta del uso del LSD como liberación final de la humanidad, pasó siete días en el lugar, algunos de ellos en profundo estado lisérgico. Y salió anunciando que Klarwein no tenía necesidad de drogas, porque “él mismo era un alucinógeno profundo”.
Otro visitante de la nobleza psicodélica fue el propio Jimi Hendrix, que entró al templo antes de que estuviera terminado, pero le alcanzó como para recibir su impacto. Al salir, permaneció un tiempo en silencio y lanzó, con épica voz de susurro, que lo que había contemplado allí dentro era como lo que le pasaba “cuando se iba demasiado lejos con la música”.
Entre las imágenes del santuario, había al menos dos futuras tapas de discos. Una de ellas era la ya mencionada “Anunciación”. Otra era “Grano de arena”, una enorme pintura circular mandálica, de dos metros de diámetro, que ilustraría el LP “Next Generation” de los Chambers Brothers. Más de dos años, entre 1963 y 1965, se había tomado Klarwein para trabajar en los detalles de la pintura, que incluían no sólo la unificación de lo erótico con lo sagrado, sino la presencia con ecos de arte pop de figuras como Salvador Dalí, Sócrates, Krishna y Marilyn Monroe. Esta aparición específica implicó más de un guiño con Andy Warhol, que tenía muy cerca su propio atelier. Y había sido quien valoró el trabajo del pintor alemán, al nombrarlo como uno de sus pintores preferidos.
Así como Warhol, Klarwein tenía un trabajo muy bien remunerado como retratista, que le daba un ingreso importante como para permitirle dedicación fuerte a la obra más simbólica, fuente de su máxima concentración. Pero también supo retratar a artistas de su entorno, como el propio Hendrix, a quien pintó con cabellos de fuego, cuerpo vegetal y una patrulla de guerreros salvajes a punto de atravesar la tela, tan desafiantes como los impulsos viscerales del músico.
La pintura tenía destino de tapa de un próximo disco que el guitarrista haría junto al pianista y arreglador Gil Evans. Aunque fue la muerte la que llegó antes de que el proyecto se concretase. Tampoco llegó al paraíso de lo existente otra colaboración ilustre, que tendría con el trompetista Miles Davis. Si bien llegaron a improvisar, nada de eso ha quedado registrado. Y apenas queda como realidad material la poderosa influencia que Hendrix sobre el curioso Miles, por entonces atravesado por la presencia en su vida de la poderosa Betty Gray Mabry, cantante hiper funk. Fue en las transformaciones que le dio ese vínculo que el músico puso sus ojos en Hendrix, lo que trajo finalmente una obra como “Bitches Brew” de 1970, donde Miles alcanzó una libertad estilística inusitada, además de la electrificación y psicodelización global de su sonido.
Como pasó con “Abraxas”, la experiencia completa hacia esta obra de Miles incluye, inevitablemente, la contemplación de la pintura, inquietante y misteriosa, de Klarkwein. La vivencia, conjunta, puede inspirar éxtasis integrados, tan beatíficos como desestructurantes. Pronto vendría la propuesta de hacer el siguiente disco de este Miles eléctrico, “Live-Evil”. Y seguiría toda una serie de trabajos donde consolidó su particular forma de abrir espacios mágico épico míticos en un listado enorme de artistas que incluyen a Buddy Miles, Jerry García, Earth, Wind & Fire, Leonard Berstein, Jon Hassell, Bill Lasswell y Hermeto Pascoal.
“Fue una inspiración para muchos artistas porque expresó la libertad de imaginar y pintar cualquier cosa. Visitó y pintó dimensiones místicas de la conciencia, y podía llevarnos a epifanías espiritualizadas en un momento, para luego sumergirnos en frenesíes eróticos completamente extraños”, escribió el gran pintor visionario estadounidense Alex Gray, poniendo el foco en las aparentes dualidades que Klarkwein lograba unificar.
Ultrafamoso y desconocido, definido como psicodélico aunque proclive a pensarse más cercano al surrealismo, el pintor gustaba de trascender enfrentamientos innecesarios. Por eso llegó a agregarse, en una época de su vida, el nombre Abdul. La parte judía de su identidad podía convivir con el mundo árabe. El gesto implicaba sentirse un portador de pacificación.
Quizás en este propio acto performático haya anidado tanto arte como en los más minuciosos detalles de sus pinturas. Y es probable que uno de sus máximos legados, además del estado de meditación al que invitan a ingresar muchas de sus imágenes, esté en el hecho de haber constituido una unión única entre música e imagen, convirtiendo al diálogo creativo y colaborativo entre individualidades con identidad muy clara en una instancia de verdadera elevación espiritual