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Guía para leer «La vida secreta de las plantas» de Peter Tompkins y Christopher Bird

Entre toda una serie de libros que en la década del 70 condensaron un género literario vinculado a difundir información que desafiara paradigmas científicos occidentales o propusiera nuevas miradas sobre misterios no del todo develados, “La vida secreta de las plantas” tuvo especial relevancia.

Porque el texto de los estadounidenses Peter Tompkins y Christopher Bird, publicado en 1973, quiso demostrar que amplificar potentemente la visión sobre el mundo vegetal podía ser una llave para entender también de formas renovadas nuestra propia existencia como humanidad. 

“Las plantas pueden ser las madrinas de boda de la física y la metafísica”, dicen en el prólogo los autores, aportando una precisa clave de lectura, ya que uno de los conceptos en que se basa su construcción es un claro desafío a los límites de los saberes científicos tradicionales. Es por eso que en el prólogo destacan que “los datos con que actualmente contamos afianzan y corroboran la visión del poeta y del filósofo, de que las plantas son criaturas vivas, que respiran y se comunican”. Y se animarán a decir que están “dotadas de personalidad y atributos del alma”. 

Detectives y electrodos

Desde las reseñas biográficas de los autores, además, queda explícito el juego con el género policial o detectivesco presente en el libro, estructurado como un despliegue de pistas, testigos y protagonistas de una gesta histórica para descubrir un oculto mundo secreto. Tompkins (1919-2007) llegó a ser periodista de medios como The New Yorker, Esquire, Look o Life luego de experiencias como haber sido miembro de la “Oficina de Servicios Estratégicos” de Estados Unidos, una especie de proto CIA y haber sido espía en la segunda guerra mundial.

Por su parte, Bird (1928-1996) arribó al mundo periodístico luego de trabajar directamente para la CIA y haber sido parte del ejército norteamericano en Vietnam. Este tránsito previo de la dupla tendría su resonancia inmediata en el primer capítulo, con la historia de Cleve Beckster, experto estadounidense en detectores de mentiras, quien llevó a cabo, en la década del 60, una serie de experimentos sobre reacciones de sus plantas ante distintos estímulos, a través del galvanómetro, un aparato que detecta intensidad y dirección de corriente eléctrica. 

A partir de aplicaciones de electrodos sobre las hojas, irá explorando las señales eléctricas y su diferente forma, ante riesgos como el fuego o la aparición de personas específicas, como aquellas que las cuidaban habitualmente. Incluso llega a medir la influencia de pensamientos que pudiesen captar los vegetales, en cercanía o a la distancia.

De estas investigaciones, sobre todo aquellas que ponían foco en el vínculo entre plantas y humanos, llega a inferir la existencia de “una percepción más primaria, posiblemente común a todas las criaturas”, de la cual nuestros cinco sentidos podrían actuar como factores limitantes de su actuación. 

“Acaso las plantas vean mejor sin ojos”, concluyó provocador Beckster, cuyo trabajó tuvo relevancia pública al ser difundido, como curiosidad absoluta, en medios periodísticos, que supieron atraer a sus audiencias con pruebas aparentes de que las plantas tenían la capacidad de generar formas reales de sintonía con quienes las cuidaban.

Este punto, además, se enlazaba con una temática muy atrayente dentro del género de divulgación de investigaciones de aspectos de la vida dejados de lado, ignorados o hasta rechazados por la ortodoxia científica occidental, como la telepatía y otras formas de describir contacto e intercambios de información, no mediados por los sentidos mencionados. En este caso, no sólo entre seres humanos, sino entre seres vivos entre los cuales, desde cierta lógica eminentemente racional, no podría haber comunicación alguna. 

Cadenas y reacciones

La publicación en la prensa norteamericana de los experimentos de Beckster, bajo títulos que buscaban impacto al lanzar la pregunta sobre la posibilidad de que las plantas tuviesen y expresasen emociones, no sólo imantó no sólo a mentes atraídas por curiosidades insólitas, sino también a investigadores como  el californiano Marcel Vogel, quien desde conocimientos en Física y Química tuvo relevancia técnica en la empresa informática IBM al patentar más de 30 inventos, entre los que se destacan sistemas de cristal líquido y recubrimiento magnético para discos duros. Vogel sintió que había algo valioso para adentrarse con hondura y era nada más ni nada menos que la energía psíquica. 

Como cualquier profesional que encara una tarea que requiere un enfoque interdisciplinario, llamó a una “psíquica” que conocía para que fuese ella quien replicase algunas experiencias de Beckster. Y termina determinando que era el poder de la atención, a través de la intención, el que producía un campo de energía que podía afectar directamente a los vegetales. Además, concluye que “existe una fuerza vital o energía cósmica que rodea a todos los seres vivos y que de ella participan las plantas, los animales y los humanos”.  

Es por esta fuerza, entonces, que “la persona y la planta se hacen una”. El investigador creyó no sólo que la mente podía entrar en contacto con las células de una planta, sino que las personas podían sanarse a sí mismas si entraban mentalmente en su interioridad celular.

Si esto podía sonar extraño para la ciencia, Vogel lanzó una sentencia desafiante, cuando dijo que no se podrían conseguir resultados verificables similares a los que él había conseguido si los científicos no ponen en juego su afectividad: “Por muchas comprobaciones que se lleven a cabo en los laboratorios, no se conseguirá nada mientras los experimentos no corran a cargo de observadores debidamente preparados. Es indispensable su desarrollo espiritual”.

“El reino vegetal parece capaz de captar mensajes de las intenciones buenas o malas”, aseguraba el investigador y sentía que la infancia era una etapa propicia para estar en sintonía natural con estos caminos exploratorios, por estar aún bien despierto el mundo emocional, lo que volvía más factible el contacto con las plantas, a través de experiencias centradas en una intencionalidad bien clara, sin mediaciones del pensamiento censurador que cortase el contacto. 

 Amor y resultados

Pierre Paul Sauvin, especialista en electrónica de New Jersey, cuentan Tompkins y Bird, fue prácticamente hipnotizado por las ideas de Beckster, a quien escuchó en una entrevista radial. Y se propuso explorar las interacciones entre campos energéticos de plantas y humanos. En su camino experimentador, sintió que era sólo en especiales estados de conciencia, cuando podía lograr comunicarse él mismo con sus plantas. “Lo hacía poniéndose en un ligero trance, colmando a la planta de sus buenos deseos, tocando con mucho cariño sus hojas, o lavándolas, hasta que sentía que las emanaciones de su energía personal iban penetrando en la planta”. 

También Ken Hashimoto, doctor en Filosofía, ingeniero electrónico y asesor de la policía en tecnologías de detección de mentiras, quiso replicar los resultados de Beckster. Y fue al ingresar pasionalmente a este mundo cuando intuyó, con la fuerza de un rayo cayendo sobre su conciencia, que la concentración mental tenía la potencia necesaria para lograr pasar de la tercera dimensión a la cuarta.

En el camino hacia estas conclusiones, supo que la decisión más acertada a nivel metodológico, fue que participara su esposa en sus exploraciones, porque era ella quien tenía un amor declarado y perceptible por las plantas. 

Telepatía y naturaleza 

El granjero de Masachusets Luther Burbank, en el sixlo XIX, supo unir pasión por la ciencia establecida con una escucha absoluta a los saberes de su intuición, explicita “La vida secreta de las plantas”. A Burbank se lo llegó a llamar “brujo de la horticultura”, por crear toda una serie de variaciones de vegetales, incluyendo una nueva variedad de papa. Y es que Burbank, nacido en 1840, supo cómo llevar a su práctica cotidiana los conocimientos frescos del texto de Charles Darwin “La variación de los animales y plantas sometidos a la domesticación”. Además de haber creado esa nueva variedad de papa cuya producción luego se masificó, produjo toda una serie de variedades vegetales en su laboratorio natural. 

“Cuando quería que sus plantas se desarrollasen de manera particular o en forma no común a su especie, se ponía de rodillas y les hablaba”, cuentan Tompkins y Bird. Y revelan que el granjero declaró también, en una entrevista, que las plantas tienen más de 20 “percepciones sensoriales”, desconocidas sólo por ser “distintas a las nuestras”.

Tal fue la fama que Burbank alcanzó en su tiempo, que llegó a ser visitado por figuras prestigiosas universalmente como el gurú espiritual hindú Paramahansa Yogananda, autor del  famosísimo texto iniciático “Autobiografía de un Yogui”, quien se vio fascinado por su creación de un cáctus sin espinas.

También lo quiso conocer Hellen Keller, épica educadora sordo ciega, quien mencionó el impacto que le generó Burbank: “Posee el más raro de todos los dones: el espíritu receptivo de un niño. Cuando las plantas le hablan, las escucha. Solo un niño de talento puede entender el lenguaje de las flores y de los arboles”. 

Lenguaje y escucha

Un químico agrícola descendiente de esclavos, George Washington Carver, cuenta el libro, creía natural que las plantas le revelasen sus secretos ocultos cuando él se los pedía, con especial cuidado. Fue desde esa certeza, que logró uno de sus máximos objetivos: que la vida del campesinado se viese mejorada notablemente a través de saberes que produjesen autosuficiencia económico alimentaria.

Por eso es que diseñó numerosos productos, de cosméticos a pinturas o combustibles, derivados todos del maní, un cultivo relativamente económico. También creó todo tipo de recetas basadas en este mismo alimento, lo que tuvo resultados emancipadores para toda la comunidad también heredera del esclavismo norteamericano.   

“El químico ideal del futuro se atreverá a proceder con una independencia que antes no le fuera permitida, descifrando un verdadero laberinto místico de productos nuevos y útiles extraídos del material que tenemos bajo nuestros pies y que hoy consideramos de escaso o nulo valor”, dijo Carver cuando estaba cerca de sus 80 años, en un encuentro con químicos reunidos en Nueva York al estallar en la segunda guerra mundial. 

Fue en esa época, cuando quedó registro de otras palabras, que le dijo a un visitante que quiso tomar contacto con su magia creadora. En su mesa de trabajo, Carver extendió sus dedos hacia una flor. Y dijo: “Cuando toco esa flor es como si tocase el infinito. Existió mucho antes de que hubiera seres humanos en esta Tierra y seguirá existiendo durante millones de años todavía. A través de esta flor hablo con el infinito, que es una fuerza silenciosa. Este no es un contacto físico. Pertenece al mundo invisible”. 

La vida secreta de las plantas - Peter Tompkins durante un experimento con una planta.
Peter Tompkins durante un experimento con una planta.

Mente y materia

“Cada individuo, organismo o materia irradia y absorbe energía a través de un campo único de ondas que presenta ciertas características geométricas, de frecuencia y de radiación. Es un campo extenso de fuerza que existe en torno a todas las formas de la materia, lo mismo animadas que inanimadas. Puede establecerse una analogía ilustrada con el átomo físico, que está constantemente radiando energía electromagnética en forma de ondas, debido a su movimiento eléctrico bipolar de oscilación y a sus vibraciones térmicas. Cuanto más complejo sea el material, más compleja es la forma de las ondas”. Las palabras, ya de vuelta al siglo XX, son del profesor William Tiller, presidente del departamento de Ciencias de la Materia, en la Universidad de Standford.

Los autores de “La vida secreta de las plantas”, indican que Tiller tenía conocimientos en filosofía oriental que lo condujeron a hacer una correlación entre el sistema endocrino humano con los centros energéticos denominados “chackras” en Oriente. Desde esta unificación, aseguraba que las humanidad tenía la capacidad de transmitir cualidades espirituales y curativas al medio ambiente terrestre.

“Estos siete centros endocrinos han sido denominados sagrados y a través de ellos irradiamos información transmisora de una cualidad (frecuencia) asociada con ese centro”, detalla Tiller e indica que a través de una entidad en la glándula del timo “irradia un campo que se transmite a través del espacio y es absorbido por otra entidad en la glándula correspondiente”. 

“Si la segunda entidad vuelve a radiar una vibración en fase a la primera, la conciencia del amor puede formar un vinculo de unión entre ambas”, completaba el investigador. Y abría el concepto hacia formas de vida que exceden a lo humano: “Si la entidad se ha construido a si misma para radiar con gran energía y sobre una banda muy ancha de la distribución espectral, serán muchas las entidades que adquieran conciencia de este amor y se alimenten de ella”.

En este universo de ideas, que tal vez haya que interpretar desde estados de conciencia que unifiquen sin ingenuidad acrítica la ciencia con la poesía, Tompkins y Bird traían al final del libro la palabra del ya mencionado Marcel Vogel, como para ofrecer más pistas que ayuden a elaborar paradigmas propios en relación a la comunicación que podemos tener con las plantas: “El pensamiento es un acto de creación, para eso es para lo que estamos aquí, para crear por medio del pensamiento. La manera en que una idea puede observarse y medirse con una forma simple de vida, con una planta, muestra una relación maravillosa, existente entre plantas y hombre. Cuando amamos, liberamos la energía de nuestro pensamiento y la traspasamos al objeto de nuestro amor”. 

Belleza e hipnotismo 

Seguramente la lectura más fructífera de “La vida secreta de las plantas” esté relacionada con una procura expansiva de saberes a ser transformados y aplicados con más sentido poético mágico que estrictamente racional científico. Lo que no quiere decir que el espíritu crítico no pueda hacerse presente y contrastar cada una de sus palabras, para poder gozar natural al movernos por sus zonas bien fértiles sin peligros de naufragar en liviandades irreflexivas. 

Algo de todo esto puede haberle pasado al realizador audiovisual estadounidense Wallon Green, que en 1979 realizó un documental basado en el libro, que contó con la participación de Tompkins en la elaboración del guión. Si bien aquí pueden verse imágenes valiosísimas de las investigaciones tecnológicas en relación a la sensibilidad integral de las plantas, incluyendo las pioneras de Beckster, el film toma caminos narrativos que captan la capacidad metafórica del arte para llegar a un mensaje integral que une racionalidad con búsqueda espiritual. 

Parte de esa construcción simbólica se dio en el hecho de que se encomendara la banda sonora al gran Stevie Wonder, primer músico ciego en asumir ese rol, porque genera momentos de gran belleza hipnótica. Y su música aporta a la vez un tipo de información que sintoniza con eficacia con el alma del libro. Por algo la película toma incluso una canción compuesta por Wonder en narrativa emocional sobre algunos de los personajes claves de la historia y hace de su letra un elemento central. Pero también lo convierte en personaje, al final, cuando lo vemos andar, sin los eternos anteojos como se lo ha visto siempre, como una especie de profeta de ojos blancos, casi levitando por un paisaje selvático de ensueño. 

Las escenas de crecimiento vegetal, en modo veloz con embriagadores paisajes sonoros, vuelven recomendable buscar el documental. Y también escuchar “Journey through the life of plants”, el disco publicado por Wonder en 1979 luego de un silencio discográfico de 4 años, donde entrega una hermosa desmesura sónica, que incluyó innovaciones en tecnología de sintetizadores digitales y trajo una reinvención electrónico místico orquestal del músico, maravillado por el mundo secreto de las queridas plantas.

Epílogo y despedida

Para concluir el recorrido, entonces, vale traer aquí la propia transcripción del cierre del libro de Tompkins y Bird, que deja abiertas algunas puertas y nos permite jugar, en estado de atención afectiva:

“Descorriendo el velo que cubre otros mundos y otras vibraciones más allá de los límites del espectro electromagnético, podría avanzarse mucho en las explicaciones de los misterios incomprensibles para los físicos, que limitan sus ideas y perspectivas a lo que pueden ver con sus ojos y los instrumentos materiales de que disponen. (…) Cuando el científico moderno se siente desorientado y perplejo ante los secretos de la vida de las plantas, el vidente presenta soluciones que, por increíble que parezcan, encierran más cordura y poseen más sentido que las elucubraciones polvorientas de los académicos, más aun, dan un significado filosófico a la totalidad de la vida”.