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Editorial: De museo

Hace unos 200 años comenzaron a formarse las primeras sociedades farmacéuticas.

La historia oficial cuenta que nacieron para poner freno a las intoxicaciones que habían empezado a producirse, responsabilidad de comerciantes inescrupulosos que ofrecían productos tan mágicos como peligrosos. Sin dudas, fue una intervención necesaria y prudente.

Sin embargo, del lado de los enemigos quedaron ubicadas tradiciones milenarias donde el uso medicinal de las plantas era central. Así, armada hasta los dientes con el discurso científico, la corporación farmacéutica intervino la práctica médica y fundó la asimétrica relación médico-paciente.

La discusión sobre los usos terapéuticos del cannabis, vuelve a ponernos frente a esa falsa dicotomía entre fármacos y plantas que se estableció casi dos siglos atrás.

La discusión sobre los usos terapéuticos del cannabis, vuelve a ponernos frente a la falsa dicotomía entre fármacos y plantas que se estableció casi dos siglos atrás

En el marco de la nueva reglamentación de la Ley de C­annabis Medicinal, que tiene como uno de sus ejes garantizar el derecho al autocultivo, un grupo de sociedades médicas tomó en sus manos una postura poco empática y profundamente anacrónica.

En concreto, la Sociedad Argentina de Pediatría, la Sociedad Neurológica Argentina, la Liga Argentina contra la Epilepsia y la Sociedad Neurológica Infantil cargaron contra un cannabinoide en particular: el CBD.

Primero, sostienen que es “moderadamente eficaz”, pero no cuestionan los productos comerciales que lo incorporan, ni mencionan que es más eficaz que muchos fármacos tradicionales, de los que no señalan ningún riesgo.

Segundo, aseguran que “el CBD tiene más efectos secundarios que el placebo”. No mencionan que generalmente todos los tratamientos tienen más efectos secundarios que el placebo. Justamente por eso son tratamientos y no placebo. Además, en el caso del CBD los efectos secundarios son incomparablemente menos graves que usando otros antiepilépticos.

Tercero, se muestran preocupados por las “interacciones farmacológicas [del CBD con otros medicamentos] previamente no reconocidas”. Lo cierto es que esas interacciones han demostrado ser no severas y hasta útiles, ya que se puede combinar la acción de los dos antiepilépticos a dosis más bajas, sin perder ninguno su acción terapéutica.

Antes de finalizar aseguran que el derecho a preparar aceites caseros “ocasiona un conflicto en la tradicional relación médico-paciente, base fundacional de la alianza terapéutica”. Es decir, cuestionan uno de los cambios paradigmáticos que el cannabis medicinal ha generado: las decisiones sobre la salud implican una relación de cooperación entre la persona y el profesional, y no de imposiciones e ignorancia.

La discusión actual en torno al cannabis viene de la mano de una responsabilidad: tener la disposición humana e intelectual de repensar los presupuestos que separaron a las personas de su bienestar y sus derechos.

Insistir en la tendenciosa oposición fármaco/planta no prioriza la preocupación por el bienestar del “paciente”. Además, implica caer en el ridículo ante el aluvión de evidencias científicas y la realidad que experimentan millones de personas.

La discusión actual en torno al cannabis viene de la mano de una responsabilidad: tener la disposición humana e intelectual de repensar los presupuestos que separaron a las personas de su bienestar y sus derechos.

La realidad exige una mirada realista y, a su vez, honesta. Cada vez más profesionales de la salud asumen este desafío, considerando las evidencias del presente, ese escenario donde se juega la vida cotidiana de todas y todos.

Para celebrar el pasado están los museos.


Editorial de la Revista THC 135 / ? @phatpanda