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Cannabis y diversidad: cómo nacieron las variedades modernas

Cuando Charles Darwin volvió de recorrer los mares del mundo entre 1831 y 1836, propuso que la vida sobre este planeta posee una fuerza imparable que la empuja no sólo a sobrevivir sino también a reinventarse para lograr este propósito único y primordial.

La teoría de Darwin es mucho más compleja que la simple y esperable supervivencia del más apto. Precisamente porque define a la especie más apta como aquella más predispuesta a abandonar sus formas, sus comportamientos y hasta sus interacciones con el resto de los individuos, que en definitiva, poseen la misma meta en pos de adaptarse. La vida se abre paso justamente por su flexibilidad.

En ese sentido, la planta de cannabis es uno de los mejores ejemplos que disponemos. No sabemos a ciencia cierta cuál era el aspecto de aquella primera planta que surgió en lo que hoy es China, ni tampoco como era su efecto y mucho menos si tenía notas de bosque o frutos rojos en su humo.

Si sabemos que fue aprovechada en todos sus usos posibles, como medicina, como materia prima o simplemente por placer.

Prohibicionismo y diversidad

Mirando la planta, es claro que Darwin tenía razón: se hizo baja y sólida donde los vientos son implacables, afinó sus flores donde la humedad asfixia.

En la franja más tropical del planeta la mayoría de las subespecies o variedades de cannabis desarrollaron más niveles de THC y CBD, o conservaron la psicoactividad original, gracias al clima y la selección del ser humano.

En climas más rústicos, con otro tipo de intervención humana, la planta prosperó como materia prima, un cultivo utilitario como el algodón o el lino. Es lo que conocemos hoy como cáñamo.

Ya durante el Siglo XX y en plena prohibición, nació la crianza moderna de cannabis. Todo a partir de una búsqueda fundamental; poder cultivar en climas donde la planta, en su forma más psicoactiva, no prosperaba.

De esta manera se lograron los híbridos que hoy cultivamos en todos los continentes menos en la Antártida. No sólo producen mejores cosechas en climas fríos, también pueden cultivarse bajo techo con luz artificial.

La crianza moderna de cannabis nació de una necesidad fundamental; poder cultivar en climas donde la planta, en su forma psicoactiva, no prosperaba.

En la franja más cálida del planeta, usuarios y usuarias pudieron cultivar sin mayores problemas las genéticas nativas de aquellos climas.

En Europa, Estados Unidos y el sur de Latinoamérica, con climas más rigurosos y menos aptos para que una planta adaptada al clima de Vietnam o Colombia pudiera completar una floración en exterior durante la temporada de verano, la historia fue diferente.

Gracias a la introducción de genéticas conocidas como “índicas”, de floración corta y menor tamaño que las “sativas”, la pileta genética del cannabis se expandió exponencialmente.

Una planta Afgana, de estructura arbustiva y grandes cogollos. (@therealseedcompany)

Así se hicieron populares variedades nativas o landraces como la Punto Rojo colombiana, originaria del centro y norte del país. Es una planta de floración extremadamente larga, pero que posee un poderoso efecto creativo y mental y un sabor intenso.

Son similares a las variedades mexicanas que crecen en Oaxaca, Michoacán y Guerrero, salvo que en esta zona las plantas pueden alcanzar 7 metros de altura.

Junto a variedades como la Afgana, de cogollos densos, floración corta, bajo tamaño y enorme producción de resina, estas plantas fueron parte del plantel que fundó la genética moderna de cannabis.

Se trata de un punto de inflexión histórico en la relación entre el hombre y la planta: si bien por milenios se realizaron selecciones y cruzas entre distintos ejemplares en todos los lugares donde se cultivó cannabis, fue la primera vez que se cruzaron genes separados por miles de kilómetros.

Este proceso artificial no sólo mejoró la manera en que podemos utilizar cannabis sino también generó un salto evolutivo en la planta.

El único saldo positivo de la prohibición fue, en definitiva, que hoy contamos con miles de variedades diferentes de cannabis. Y de seguir en este camino, probablemente la humanidad alcance el punto donde cada persona que vive en este planeta tiene una variedad a medida para su organismo.

Respeto y responsabilidad

Generalmente al analizar una variedad de cannabis, hablamos de su estabilidad, es decir la homogeneidad entre los individuos de dicha genética. Esta homogeneidad está basada en distintas características, como su altura, tiempo de floración, aroma o sabor, etc.

Cuando una variedad no muestra la homogeneidad suficiente para ser considerada “estable” decimos que se trata de una variedad incompleta o que precisa más selección y crianza.

Es un punto de vista técnicamente correcto pero que deja afuera un aspecto extremadamente importante: la variedad no es un capricho, es una estrategia de supervivencia.

Variedad landrace de India, una genética sativa a pesar de que técnicamente debería ser denominada índica por la geografía.


Las variedades nativas suelen mostrar variados fenotipos, es decir distintas características de aspecto, crecimiento o producción, a pesar de pertenecer a la misma pileta genética. Esto se debe a que cada variación es una adaptación y una estrategia de supervivencia.

Tomemos el ejemplo de las plantas de marihuana que son sensibles a la proliferación de mohos y hongos en los cogollos. Si una variedad es totalmente uniforme y posee esta característica, una temporada extremadamente húmeda puede amenazar su existencia al punto de extinguirla.

En la naturaleza, en un proceso que sigue funcionando desde hace millones de años, la variabilidad de una genética es también una especie de la historia de su supervivencia frente a los cambios del entorno.

De la misma genética, algunos individuos resistirán temporadas extremadamente secas, otros el ataque de insectos. Todos los que sobrevivan contribuirán a generar un historial de estas adaptaciones que se mostrará cuando la planta lo necesite.

Las variedades nativas suelen mostrar variados fenotipos, es decir distintas características de aspecto, crecimiento o producción, a pesar de pertenecer a la misma pileta genética. Esto se debe a que cada variación es una adaptación y una estrategia de supervivencia.

Excepto, claro está, que la intervención humana elimine estos caracteres mediante la selección artificial. Esto puede ser una ventaja, como sucede con las variedades con gran porcentaje de hermafroditas del sudeste asiático, o puede ser un problema como la introducción de genes susceptibles al moho.

En la historia de otros cultivos, la experiencia no es muy positiva. El caso de la variedad de banana Gros Michel, extinguida por el Fusarium a mediados del siglo XX, que arrasó con los cultivos de todo el planeta, es el mejor ejemplo.

Algo parecido sucedió con el patógeno que erradicó el cultivo de caucho (Hevea brasiliensis) en Brasil y amenaza con extinguir en todo el mundo la variedad más cultivada de esta planta.

Respetar la capacidad de las plantas de adaptarse a distintos entornos, climas y temporadas es fundamental para asegurar la supervivencia de la especie a largo plazo, aunque pueda ir en contra de nuestras necesidades específicas.

Sabemos que cada rasgo que observamos en una planta, desde la altura hasta el perfume a lluvia y rosas, está íntimamente ligada a una característica que puede ser invisible, como la resistencia a un patógeno.

En este sentido no sólo debemos trabajar para conseguir variedades adaptadas a cada persona sino también por respetar esta variabilidad, porque es parte de un proceso llevado adelante por algo que todavía, no terminamos mucho de entender.