Dentro del universo cannábico, las mujeres alzan su voz y lo hacen cada vez más fuerte. Sin duda el movimiento feminista cannábico se planta.
El hecho que mostró la potencia activista de las mujeres fue la sanción de la Ley de Cannabis Medicinal en 2017 y nuevamente reglamentada este año.
Fueron justamente las mujeres que necesitaban cultivar para darle el aceite a sus hijos e hijas las protagonistas del primer reconocimiento estatal a un uso légimito del cannabis en Argentina.
Ese hito marcó un antes y un después en el movimiento argentino. A su vez, puso en el centro de atención, un fenómeno oculto para la mayoría de la sociedad: el de las mujeres que cultivan y cuidan la salud de quienes aman.
Cuidar y también gozar
La organización Mamá Cultiva, con Valeria Salech como presidenta, se convirtió en un espacio de consulta por parte de los demás madres y padres que querían aprender a cultivar para brindarle una mejor calidad de vida a sus hijos.
De hecho, la presidenta de Cultivo En Familia La Plata, Candela Grossi, comenzó a cultivar cuando recibió el diagnóstico de su hija de siete años que tiene trastorno del espectro autista.
“Crear un espacio feminista sobre cannabis fue una lucha personal y colectiva: a las mujeres siempre se nos estigmatizó por gozar”, dice Roxana Zapia, cultivadora y activista
“Desde el 2016, Caro es usuaria de derivados de cannabis: aceites, cremas y hoy cosmética también”, explica. Al año siguiente nació Cultivo En Familia La Plata y en plena plandemia logró la personería jurídica.
Para Candela, “el cultivo siempre se concibió como una labor masculina, porque el trabajo de la mujer se invisibilizó. Por eso, es necesario que el activismo feminista se sostenga en sororidad”, explica.
La participación cada vez más activa y visible de las mujeres en espacios cannábicos cambió las reglas del juego. “En 2016 y luego de cuatro años, logramos establecer el taller “Mujeres y Cannabis” en el Encuentro Nacional de Mujeres (hoy plurinacional)”, explica Roxana “Nermi” Zapia, presidenta de la Asociación Cultural y Club de Cultivo Cannábico Jardín del Unicornio.
Asimismo, Nermi dice que crear un espacio feminista sobre el cannabis “fue una lucha personal y colectiva”. Y aclara que se dio de esa forma “ya que siempre a las mujeres se nos estigmatizó por gozar”. No se trata entonces de mujeres que cuidan a sus seres queridos, sino también de personas que se relacionan con el cannabis como una elección de vida.
El Jardín del Unicornio, con ocho años desde su creación, cuenta con una sala de cultivo con alrededor de 400 plantas que las sostienen 20 socios y 300 usuarios terapéuticos.
Participan en el proyecto de extensión de la Universidad de La Plata “Cannabis y Salud” (al igual que Cultivo En Familia), donde analizan las resinas y trabajan con un consultorio médico. Desde allí ayudan a cientos de personas que necesitan cannabis para tener una mejor calidad de vida.
Un espacio en el jardín cannábico
“Demostramos que podemos cultivar colectivamente, alejándonos de todo tipo de violencias y dejando en claro que no somos perjudiciales para la Salud Pública”, sostiene Roxana. Las violencias de las que habla van “desde la cosificación hasta la exclusión de espacios”.
“Hay diferentes situaciones en los espacios cannábicos que contienen mucha violencia patriarcal. Por lo general, no es física, pero sí verbal y simbólica”, asegura Gisella Moreira, integrante de las agrupaciones cannábicas Psiconautas Neuquén, Mujeres y Cannabis, y el Frente de Organizaciones Cannábicas Argentinas (FOCA).
Ante las violencias, FOCA creó una comisión de género en 2018. “La comisión es muy necesaria porque nos permite hablar sobre lo que sucede. Creamos un protocolo como herramienta para estas situaciones, que se denuncian y después se tratan de mediar, y buscar una solución”, aclara Gisella, que además es abogada especializada en violencia de género.
Dentro del Frente de Organizaciones Cannábicas Argentinas, las cultivadoras crearon una comisión donde se visibilizan las situaciones de violencia de género y se buscan soluciones
Otro tema central que señalan las activistas es la falta de paridad de género en organizaciones cannábicas. “Somos invisibilizadas como cultivadoras y emprendedoras”, asegura Nermi.
Por eso, la creación de espacios para las mujeres se vuelve fundamental en una cultura que, en todos sus niveles, es desigual. Las agrupaciones impulsan nuevos paradigmas de equidad y conciencia de privilegios, además de exponer las violencias para impulsar un cambio dentro del universo cannábico.
“La deconstrucción”, asegura Gisella Moreira,”se logra a través de la tolerancia y la empatía de ponerse en el lugar del otro”.
Informe: Mara Resio