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@diegoortizmugica

Miguel Cantilo y el origen de la cultura cannábica argentina: “La marihuana era una ensoñación agradable”

El hippismo en nuestro país adquirió la forma de un exilio interno en dos sentidos. El viaje hacia el interior del país
en busca de una salida a la represión y la violencia que explotaban en las grandes ciudades, y también en dirección al centro de la propia conciencia. El Bolsón fue el lugar elegido por jóvenes como Miguel Cantilo, integrante del dúo Pedro y Pablo, quien en su libro ¡Chau loco! Los hippies en la Argentina de los 70 cuenta esos años de vivir en comunidad, practicar el amor libre y ampliar la conciencia con LSD y marihuana.

En 2011 THC entrevistó al músico Miguel Cantilo, que vivió y construyó la época donde por unos breves instantes, el amor y la experimentación tomaron el control. 

¿Cómo se vivía la experiencia con el cannabis? ¿Qué diferencias había con las otras sustancias?

Era un descubrimiento generacional y, por lo tanto, no había demasiados antecedentes o precedentes comparativos. Como descubrimiento se diferenciaba mucho (más que ahora) de los efectos producidos por el alcohol, droga social por excelencia, por eso no se mezclaban ambas ni tampoco los consumidores. Estaban los borrachos y por otro lado los fumones, también muy dados a la experimentación con psicodélicos. El ácido, la mescalina, los hongos eran de la misma “familia” que el cannabis.

“El fumo venía de Paraguay, era la procedencia obligada, puntualmente del mítico pueblo Pedro Juan Caballero. La única ventaja real que aportaba es que nos adormecía el ego y te mandaba a una ensoñación agradable que duraba menos de lo que quisiéramos”

En tu libro mencionás las incursiones a Paraguay, el Punto rojo colombiano y algunas cosechas artesanales que llegaban a El Bolsón. ¿No hubo ninguna experiencia con el cultivo? ¿Cómo lograban acceder al “fumo”?

El fumo venía de Paraguay, era la procedencia obligada, puntualmente del mítico pueblo Pedro Juan Caballero. El cultivo estaba altamente penalizado, nadie se arriesgaba a experimentar en gran escala. Conocí chicos presos por unas plantitas cultivadas abajo de algún puente, gente que se comió dos o tres años de condena. Por lo general, siempre había algún paraguayo muy dispuesto a proveerla. La única ventaja real que aportaba es que nos adormecía el ego y te mandaba a una ensoñación agradable que duraba menos de lo que quisiéramos. Luego fuimos encontrando otras maneras de lograr ese objetivo. Su influencia, en mi caso, duró 10 años, cosa de la que no me jacto.

El libro de Miguel Cantilo repasa los años donde el exilio físico y a nivel de la consciencia marcaba la vida de miles de personas.

Los temas más contestatarios de Pedro y Pablo (“Apremios ilegales”, “Los perros homicidas”, “La Marcha de la Bronca”) son anteriores a tu exilio en El Bolsón en 1973. ¿Cómo conjugaste ese descontento frente a la realidad con el aislamiento?

Es lo mismo que pasa ahora. Ves a la gente hablando de política, discutiendo (en ese entonces a cachiporrazo y a balazos) y llegás a la conclusión de que todo es un laberinto retórico sin salida del que se benefician unos cuantos vivos a nivel económico y unos capangas a nivel ideológico. Nuestro exilio patagónico no era más que el  descubrimiento del verdadero país impresionante que tenemos, su geografía, su riqueza humana, las alternativas de la vida rural, saliendo de esa ilusión caótica que proponía Buenos Aires y entrando en un contexto de  descubrimientos espirituales medio errático pero apasionante, en el que la marihuana jugaba un papel  preponderante. La protesta, la denuncia, dejaba paso a otras formas más revolucionarias de conciencia. Hoy se sigue protestando, tal vez de otros modos, pero están los que se cansan de quejarse y buscan un camino más efectivo hacia el cambio de conciencia. Cíclicamente el molde se repite.

“Nuestro exilio patagónico no era más que el  descubrimiento del verdadero país impresionante que tenemos, saliendo de esa ilusión caótica que proponía Buenos Aires y entrando en un contexto de  descubrimientos espirituales en el que la marihuana jugaba un papel  preponderante”

Tu libro da a entender que tanto la revolución de las flores como la revolución de las armas fracasaron, ¿por qué?

Ninguna de las dos opciones cambió su contexto en lo inmediato, pero cito un montón de antecedentes que disparó la revolución de las flores que con los años produjo cambios ostensibles en la sociedad de Occidente, cuyas consecuencias son disciplinas como el ambientalismo, la manufactura artesanal, la alimentación natural, el orientalismo en todos sus aspectos, la liberación sexual. Podría enumerar muchísimas consecuencias que arrancaron con el sacudón que provocó la movida hippie en los 60 y estoy dejando afuera las expresiones artísticas.

“La revolución de las flores produjo cambios ostensibles en la sociedad de Occidente: el ambientalismo, la manufactura artesanal, la alimentación natural, el orientalismo en todos sus aspectos y la liberación sexual. Podría enumerar muchísimas.”

La experiencia con el LSD también fue central para parte de tu generación, ¿cómo vivieron ese pasaje?

El grupo al que yo pertenecía tenía un gran respeto por el LSD y lo tomábamos casi ritualmente en muy espaciadas experiencias. Duraba 12 horas y lo tomábamos para descubrir cosas fuera y dentro nuestro. Había quienes lo tomaban para ir al Ital Park, pero para nosotros, que leíamos a Huxley y a Castaneda, era una droga de búsqueda, verdaderamente revolucionaria. Había quienes se tomaban cinco juntas y quedaban tarados por una temporada, otros que eran afectados profundamente en su estado psíquico y otros que lo tomaban bajo control facultativo por prescripción de su psicoanalista y lograban buenos resultados. La calidad era aleatoria, nunca se sabía bien de dónde venía ni quién lo fabricaba y a veces hasta llegaba en sobres de correo desde países remotos. El único control de calidad era el de quien podía recomendártela por haberla probado primero.


Esta entrevista fue publicada en Revista THC 37.