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Turismo cannábico: un fenómeno que crece en todo el mundo

El movimiento que se genera en torno a la planta del cannabis, una vez que sus usos sociales son regulados, es ciertamente amplio, impredecible y potente. 

Si bien el núcleo duro de actividades asociadas a la planta está compuesto por diversas variantes del cultivo y su manufactura, existen sectores que emergen lateralmente y resultan más que interesantes. Es el caso del Canna Tourism, o turismo cannábico. 

Este sector cobró fuerza a partir del 2013 y se ha desarrollado paulatinamente de forma subsidiaria al cannabis. 

Su centro está en ofrecer a los viajeros experiencias recreativas, aventureras y de descanso junto a la planta.

Un recorrido que empezó en los callejones de Ámsterdam, siguió por los mega indoors legales y hoy llega a valles y montañas.

Del turismo rural al turismo cannábico

Para contextualizar, tenemos que partir de que el turismo rural está creciendo en todo el planeta hace ya varias décadas. 

Se sabe que el desarrollo económico de la humanidad conlleva el éxodo rural: la mayor parte de la especie humana vive en asentamientos urbanos, al menos desde 2013. 

Esto hace que los habitantes de estresantes y ruidosas urbes busquen cada vez más hacer experiencias de desconexión (o reconexión con el ámbito rural y con la misma naturaleza humana). 

Ámsterdam, la primera meca del turismo cannábico: coffee shops, callejones y ciudad libre

Sobre esta tendencia global, reforzada en épocas de pos-COVID, se consolidó una especie de turismo particular, que consiste en visitar lugares agrestes para obtener el descanso que provee la tranquilidad del paisaje, las aventuras y las actividades al aire libre. 

Tal es así que este tipo de turismo ha sido la vía de reconversión económica de muchas actividades que se encontraban fuertemente deprimidas por el mismo avance industrial que despobló las regiones rurales del mundo.

En este marco, el cannabis entra en el centro de la escena. Mezclando la capacidad de ofrecer un paisaje rural y productivo y, a la vez, la utilización terapéutica y relajante de la planta, el turismo cannábico contacta con el fenómeno general. 

El público que busca estas experiencias suele cultivar la relación con la naturaleza, por lo que los destinos que explotan este perfil tienden a ser agrestes, preservados y bucólicos, algo que tiene gran demanda entre el público consumidor. 

En los países que regularon permisivamente el cannabis se han desarrollado interesantes polos turísticos en torno a esta combinación. 

No son pocos los casos. En un reporte de 2022, Forbes estima que la actividad mueve 17 billones de dólares al año sólo en Estados Unidos.

El turismo cannábico y países regulados

El turismo cannábico es, entonces, el movimiento que se genera detrás de la posibilidad de disfrutar cannabis de calidad, visitar producciones, conectar con la naturaleza y disfrutar. 

Tiene la forma de hoteles marihuana-friendly, estancias agrestes con horizontes de camelos de plantas moviéndose con la brisa, o simplemente residencias y clubes permisivos. 

Ciertamente se parece al movimiento turístico que genera el vino, que ciertas regiones del mundo han sabido aprovechar muy bien. 

Una muestra del nivel de crecimiento de este sector es la enorme cantidad de ofertas (y la página misma) que aparecen en Bud and Breakfast (Cogollo y Desayuno, un juego de palabras con la expresión en inglés, Bed and Breakfast – Cama y Desayuno). 

Se trata de una especie de AirBnB donde figuran locaciones amigables con el consumo de cannabis, que ofrece una plataforma de contrataciones para alojamientos y experiencias cannábicas principalmente en Estados Unidos, Canadá y, en menor medida, en otros países del mundo. 

El desafío internacional

El desarrollo del turismo cannábico requiere de la regulación plena de la actividad y, aun así, enfrenta complicaciones diversas. 

En un mundo donde gran parte de la prohibición aún se sostiene, recibir turistas internacionales deseosos de hacer experiencias de consumo requiere un andamiaje legal específico. 

En los países y territorios que legalizaron el cannabis para uso adulto, la actividad está fuertemente regulada y es común que los lugares que permiten usar cannabis al interior de las instalaciones tengan terminantemente prohibido comercializar cannabis o derivados. 

Las visitas a los cultivos legales fueron una etapa más del turismo para los amantes de la planta

Por eso, el turismo cannábico es formalmente mercado-internista: generalmente los visitantes foráneos no pueden adquirir marihuana legalmente, lo que queda reservado para los residentes.

Por supuesto, como siempre ha sido, quienes visitan estos lugares tienen conocimiento respecto de la permisibilidad que rige en las instalaciones. Esto los incentiva a visitarlos, y tal vez, pueden hacerse con los productos por otras vías. Nadie va a estar preguntando dónde adquirió aquello. Por ello, los visitantes extranjeros se ven forzados a adquirir sus productos ilegalmente. 

Reconociendo este problema en 2022 Uruguay, a través de la Junta Nacional de Drogas recomendó fuertemente construir vías legales para facilitar el acceso a este público. 

Si bien vanguardista, el planteo uruguayo tiene antecedentes conocidos. Antes del avance de las regulaciones permisivas, el turismo cannábico tuvo un sinónimo: Ámsterdam, Holanda. Cuando el cannabis aún era visto como un consumo oscuro y peligroso, las arcas municipales de la capital se poblaban por el gasto de los turistas diligentes para la fiesta y la exploración sensorial. 

Contra lo que normalmente se cree, el cannabis nunca fue del todo legal en Holanda. Ha sido, más bien, descriminalizado o tolerado. De hecho, es curioso que la comercialización de cannabis hacia los puntos de venta al público (llamados coffee shops) nunca fue legalizada. 

Esto dio lugar a un extraño esquema en el que la cadena de suministros debía abastecer de forma ilegal, mientras que el producto final era comercializado legalmente (restringiendo su uso al espacio interior de los locales de venta y a una determinada cantidad diaria por cliente). 

Con este bizarro esquema, Ámsterdam fue meca de la peregrinación cannábica, un lugar donde cualquier podía acceder a elegir qué fumar de una amplia oferta a la carta, comprando cigarrillos enrolados por los mejores cannabicultores de Europa. 

El modelo, vigente durante casi cincuenta años, llegó a ser algo molesto para los residentes de la ciudad, que recientemente optaron por poner límite el consumo callejero con el fin de reducir la caravana de turistas cannábicos. 

De los callejones a la naturaleza: de Ámsterdam a Argentina

Sin duda, el de Ámsterdam fue otro tipo de turismo cannábico más asociado a los callejones, las puertas cerradas, el frenesí de lo prohibido, lo censurado y lo liberal. 

Con un mundo más abierto, moralmente menos rígido, con el cannabis un poco más aceptado y formalmente regulado en varios países, el turismo cannábico revegeta por sobre estos esos antiguos antecedentes. 

Es sabido: a la marihuana se le ha dado un marco normativo claro para uso adulto en 24 estados de Estados Unidos (algo así como el 50% de la población estadounidense vive con el cannabis legalizado), en Canadá y, por supuesto, en Uruguay. 

También del otro lado del Río de la Plata comienzan a verse experiencias concretas de turismo cannábico. Allí esta opción aparece como una alternativa interesante para que los agricultores puedan suplementar sus fuentes de ingreso, frente a un mercado que ha estado algo deprimido en los años recientes. 

De la mano del turismo rural, la opción cannábica se transformó en una alternativa para disfrutar de la naturaleza

Tal como lo proponen las bodegas boutique que conquistan el valle mendocino en Argentina y las cervecerías de la Patagonia. 

Incluso en Argentina comienzan a aparecer algunas experiencias iniciales que, sin contar con el pleno apoyo legislativo de los pares uruguayos, podría captar un público ávido de estas nuevas vivencias. 

De darse un marco legal favorable, podrán tener un crecimiento mucho mayor y aportar algo de las tan necesarias divisas para el desarrollo productivo local.

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El autor es director del equipo de Economía del CANNABIS que funciona al interior del Instituto de Estudios para el Desarrollo Productivo y la Innovación en la Universidad de José C. Paz