“Para mí todos los hongos son sagrados. Es el gran secreto”, revela Juan Acevedo Peinado, referente mundial sobre estudios y difusión de saberes interdisciplinarios sobre psicotrópicos sacramentales, al hablar sobre “Hongos Sagrados”, el libro que publicó este año, que se suma a los dos volúmenes de su “Plantas sagradas”, textos referenciales en estudios sobre chamanismo sudamericano.
Argentino descendiente de payés guaraníes, miembro de la nación Mby´a Guaraní, ha estudiado con maestros vegetalistas de varias partes de Sudamérica. Y supo integrar ese conocer ancestral con la estructuración académica occidental, al cursar Medicina y recibirse de psicólogo clínico en la Universidad Nacional de Rosario. Desde estas integraciones, fue parte de históricas instituciones multidisciplinarias basadas en la valorización de saberes de raíz como “Fundación desde América” y “Fundación Runa Wasi”, además de ser miembro fundador de “Fundación Mesa Verde” y de la asociación civil “Comunitario Otorongo Wasi”.
Todos estos tránsitos pueden percibirse en el reciente libro, donde mucho más que quedarse en la actual moda de las microdosis terapéuticas de hongos como el psilocybe, Acevedo Peinado se propone visibilizar la potencia filosófico mágico científica presente en la propia constitución del universo fúngico: desde el propio hecho de que tuvieron un rol esencial en que las plantas hubiesen podido prosperar como especie hace cientos de millones de años.
Este origen, además, inaugura formas colaborativas interespecie que se vuelven signo del modo más virtuoso, sensato y afectivo de habitar la existencia. Esa colaboración, también, termina manifestándose en la descripción misma del “micelio”, la parte invisible de muchos hongos, que se extiende bajo tierra, formada por una red ramificada de filamentos que se asocian con las raíces vegetales, en un intercambio múltiple, que se vuelve fuente de todo tipo de investigaciones: desde cosmológicas a psiconáuticas.
En este sentido, “Hongos sagrados” se lanza a los mares de la exploración de la conciencia, instando a navegaciones guiadas por baqueanos con historia comprobable. Y ese mismo cuidado propugna frente a los procedimientos psicoterapéuticos con uso de hongos en vigencia creciente.
Efectos sin vencimiento
¿Cómo nace el libro y cuál es su propósito esencial?
Con mi hermana Verónica Inoue, mi editora y coautora, cuando el tema hongos empezaba a aparecer por todos lados, sobre todo los psilocybes y la microdosificación, veíamos que no había información en español. Entonces decidimos hacer webinarios, para compartir el conocimiento. Fue tan buena la recepción, que sentimos que sería bueno hacer algo con el material. Así que nos pusimos a trabajar de manera virulenta. Y transformamos esos webinarios en un libro.
Y estaba el desafío de generar un material de valor real en pleno auge y moda del tema.
Veíamos que estaba esta cuestión fundamentalmente con la microdosificación. Y me llevé muchas sorpresas muy interesantes. En la primera ola, la gente compraba indiscriminadamente cualquier cosa, como pasó en Argentina en el arranque del aceite de cannabis, que era más aceite de cocina cortado con un poco de oliva, con alguna que otra flor, como aromatizante.
Y ahora había gente que hacía pasar por psilocibina a hongos shiitakes o portobellos secos y molidos. O vendían tinturas de “Melena de león” que en realidad eran champignones. Eso me hizo sonar una campana de alarma. Ahí sentimos que era necesario volcar en un libro que sí existían investigaciones serias en el mundo de la psilocibina, que había descubrimientos paleobotánicos muy importantes y muchas aristas que no se estaban viendo, sobre todo la parte filosófica. Era necesario escribirlo, para que la gente tuviera una versión enamorada del reino Fungi.
La gente compraba indiscriminadamente cualquier cosa, como pasó con el aceite de cannabis. Y ahora había gente que hacía pasar por psilocibina a hongos shiitakes o portobellos secos y molidos. Eso me hizo sonar una campana de alarma.
El libro habla del potencial transformador que puede tener hoy la psilocibina o la psilocina, al tiempo que mencionás que también pueden convertirse en un medicamento, que será consumido de la misma forma con la que nuestra sociedad occidental suele tomarlos…
– Más que suele, lo hace con total casi naturalidad. Esta cuestión casi es hegemónica, desde el punto
de vista occidental de transformar una medicina en un medicamento o una sacralidad en una cosa. Nadie suele hacer demasiada alaraca al respecto. En mi caso, sí. Como mby´a guaraní, soy un profundo defensor de la medicina tradicional de los pueblos sudamericanos. Primero porque, cuando todo el mundo me dice que (el investigador y escritor estadounidense) James Fadiman es el descubridor de las microdosis, yo digo que hay una larga tradición de miles de años de microdosificación en plantas sacramentales y fúngicas.
“Hablo de plantas fúngicas porque lo fúngico puede ser interpretado tanto como una planta como un animal. Por eso se puede hablar, fundamentalmente, del reino fungi”, aclara con suave impronta provocadora Acevedo Peinado, antes de trazar una conexión directa entre las redes de información implícitas en los tejidos del micelio y nuestras redes neuronales, unidas en similaridad estructural. Y desde este lazo de unión interespecie, retoma el punto principal de la pregunta y se expande:
“En un momento de enorme necesidad como el que está aconteciendo ahora, el hongo llega, inclusive como moda, pero increíblemente llega. Occidente lo va a transformar en medicamento. De eso no hay duda. Puede tardar dos años en que llegue a algunos lugares del primer mundo y cuatro años para llegar acá. Atrás de la psilocibina viene el MDMA y atrás de eso va a llegar definitivamente algún tipo de anfetamina, que es lo que más se está trabajando en el momento. Al LSD, que podría haber sido un gran competidor para cualquiera de las tres, por una cuestión de marketing se lo está dejando a un costado, porque no da poner medicamento con LSD, pero sí psilocibina, porque nadie sabe muy lo que es.
Una idea disruptiva
“Veamos la parte buena de la parte mala”, sintetiza con astucia el autor de “Hongos sagrados”. Y aunque asegura que habrá quienes se enriquezcan al sacar patentes con los hongos, siente que “a un montón de gente que está tomando unas porquerías terribles le va a venir bárbaro”.
Claro que de inmediato arroja un pensamiento que se enlaza con un nodo central en sus acciones como guardián de saberes sin fecha de vencimiento: “Este medicamento va a salir. ¿Qué hacemos nosotros? Seguimos trabajando en forma natural. Sigamos adelante con los procesos donde todas las personas puedan cultivar sus hongos y tener acceso al material para microdosificar, que se puedan tejer redes para llegar a los hongos de la forma más económica posible, que tengamos charlas serias reales entre pares, entre todos los ecosistemas de la salud mental y las medicinas tradicionales”.
En un momento de enorme necesidad como el que está aconteciendo ahora, el hongo llega, inclusive como moda, pero increíblemente llega. Occidente lo va a transformar en medicamento. De eso no hay duda.
En esa autoproclamada batalla, Acevedo Peinado siente que su libro es “un primer puntapié hacia ese posible proceso futuro, que es el camino que debemos tomar si queremos que el reino fungi siga acompañándonos en un proceso evolutivo”.
A diferencia de “adaptógenos”, término con el que se define a la función que se le da sobre todo a los hongos psylocibes en su uso como medicamentos, traés el concepto contracultural “desadaptógeno”.
La medicina china, que es la que más trabajó con los hongos, trae un poco el concepto de “adaptógeno”, que Occidente toma muy rápidamente. Y se trata de toda substancia que te ayude a soportar las inclemencias del cotidiano vivir. Pero me niego a buscar una substancia, una medicina trascendental o una alimentación que me adapte a una vida de mierda. No quiero que seamos corderitos serviles a cualquier “adaptógeno”.
Creo que ese ha sido el gran tema de las plantas maestras en Occidente. Han sido figuritas y estallidos de colores. La evolución se fue dejando para después. Porque es más complicado, porque lleva va a un trabajo. Por eso hoy hay más chamanes que indios. Y por eso hoy pasamos de las “ceremonias” a las “festimonias”. No lo juzgo. Simplemente hago una lectura. Creo que hay que ser muy cuidadosos, porque si queremos que realmente esto sea útil, vamos a tener que hacer un ejercicio muy fuerte. Y entender a estos elementos sacramentales como “desadaptógenos”, como una circunstancia de cognición disruptiva que nos permita repensarnos, como personas y como especie, en una dirección completamente diferente.
Para dar mayor firmeza a una certeza de camino naturalmente ceremonial que sus palabras transmiten, el escritor asegura que “seres del reino fungi, seres vegetales y algunos otros del reino animal”, cuya existencia en algunos otros tiempos podían llamarse de alucinaciones en Occidente, son quienes terminan ofreciendo una información muy precisa en torno a la verdad inscripta en la forma en que pueden guiarnos hacia maneras potentes de desadaptación a modelos de vida ruines.
“Creo que como desadaptógeno son una gran herramienta”, confirma el autor. Y sella pronto su decir: “Sabemos que esas entidades vivientes, conscientes, sintientes, aunque nos cueste creerlo, nos hablan en esa dirección”.
Al compartir los lugares experienciales y conceptuales a los que el contacto con el reino fungi puede llevarnos, traés el término “ánima mundi”, como sistema de conciencia colectiva del todo unificado. ¿Cómo fue percibir y experimentar esa idea?
Las comunidades originarias no tenemos “cosmovisión” sino “cosmovivencia”: vivimos en un cosmos, como cultura. El transitar esa forma de entender el diario vivir fue muy importante a la hora de entender las experiencias con los psicotrópicos vegetales, porque en ese universo todo está conectado. Y no pasa por una cuestión de ciencia, sino de practicidad. Occidente no suele entender que nuestra comunicación directa con esas, entre comillas, entidades concientes sintientes inteligentes no humanas no pasa por la razón o la verdad.
Es algo de una sencillez casi absoluta: no solamente podías comunicarte con una planta o un animal, sino con una piedra o la tierra misma. Pero esto que para mí era natural, no lo era para el resto del mundo. Y tuve que ver en qué parte del mundo occidental existían estas ideas.
Occidente no suele entender que nuestra comunicación directa con esas, entre comillas, entidades concientes sintientes inteligentes no humanas no pasa por la razón o la verdad.
Con mucho agrado, las descubrí en los primeros postulados filosóficos, en Grecia, Egipto, Mesopotamia y nuestra Sudamérica, en la filosofía maya y la de comunidades andinas. Allí existía esa idea de esto que a todo lo anima. En ese punto, tomé elementos propios del mundo originario para llevarlos al mundo occidental. Y me encontré con que la idea tradicional de Occidente es que la conciencia es un subproducto de la materialidad de nuestra fisiología cerebral. Pero cuando lo pude comparar con otros aspectos, vi con mucha claridad que lo que es un subproducto de la conciencia es la fisicalidad de nuestro cerebro. Hay muchos investigadores en esa dirección.
¿No es una idea disruptiva?
Sí. es una idea de disruptiva muy interesante. Porque puedo plantear la existencia de la conciencia no local, que no es sólo interna, sino que es tanto interna como externa. Por lo tanto, la idea de sujeto y objeto cambia sustancialmente.
¿Y podés explicar qué relación tiene con el mundo fungi?
¡Uff! Todo. Porque toda esa función de entrelazamiento, muy formal y concreto, en una gran red de información, la vamos a encontrar por primera vez en el micelio interconectándose con las raíces de lo vegetal y a su vez interconectándose con los elementos no bióticos, como puede ser el sustrato típico de minerales y agua.
Entonces, encontramos que si es una red tan grande como la que imaginamos, abarca absolutamente toda la territorialidad del mundo. Creo que el mundo es una gran “micorriza”, de la cual no nos enteramos hasta ahora. Y me pregunto: “¿Cuál es la cantidad de cúbits de información por segundo que esa red maneja? ¿Y cuán evolucionada está esa red en cuanto a conciencia, sintiencia e inteligencia?”
Con velocidad cuántica, el investigador fúngico traerá una nueva disruptividad conceptual, donde la llegada a nuestra especie del lenguaje, que para el etnobotánico psiconauta Terence McKenna tuvo que ver con la ingesta de psicotrópicos en la prehistoria de la humanidad, por un lado pudo ser fuente de un tipo de evolución.
Pero pudieron quedar otras capacidades en el camino: “Creo que el idioma que maneja esa entidad (fúngica) es increíblemente superior en millones de años a la nuestra. Puede que haya algunos animales, como los cetáceos, que estén más cerca que nosotros de ese lugar. Hay gente que me ha dicho que eso une a lo inorgánico con las plantas. Y a través de las plantas, directamente incide en el reino animal. Por lo tanto, incide directamente en nosotros. Entonces, es muy factible que para esa red de conciencia esté muy conectada, en ciertos aspectos, a esa otra red, que ahora tratamos de emular, de forma muy concreta, con el aspecto de lo miceliar, nada más y nada menos que en la réplica de esa red, que conocemos como Internet”.
Palabras con poder
“Colabora o perece”, ese es el enorme mensaje que nos trae el mundo fungi, en resumen épico, para Acevedo Peinado, como estímulo conceptual y sobre todo vivencial, para aprender a interactuar con todas las especies, en solidaridad simbiótica.
Y también para darnos un saber experiencial impactante: “Por primera vez podemos empezar a entender la vida de forma mucho más amplia. No tengo mascotas, sino otras especies que se comunican conmigo. No tengo plantas en mi casa, tengo otra especie, posiblemente inteligente, sintiente, con la cual puedo alcanzar un grado de comunicación. Los pueblos originarios así lo hicieron durante milenios”.
Hay una parte final del libro donde, en relación a herramientas de expansión de la percepción, hablás de una necesidad de adoptar éticas afectivas, muy presentes en concepciones andinas de la vida.
Como especie, tenemos un problema con la ética, porque la racionalizamos. Si uno la “cosmoviviera”, sería más sencillo: “No quiero hacerte a vos lo que no quiero que me hagas a mí”. Ahí aparece una ética natural, que vamos a ver sistemáticamente en el mundo andino.
Entusiasmado a abrir otra discusión, el escritor se retrata existencialmente como un traductor de lo originario a lo disruptivo occidental, defiende pasionalmente el valor de postulados filosóficos de pensadores sudamericanos como Enrique Dussel o Rodolfo Kusch. Y aclara que ama mirar todo desde el “sudakismo”:
“Me parece que tenemos una posibilidad como pensadores, en esta Sudamérica maravillosa, que no hay posiblemente en otros lugares. Esa mezcla que se ha producido nos permite tratar de generar un nuevo tipo de pensamiento”. En ese sentido, cree que hay que “barajar de nuevo” y “volver sobre los pasos”, en algunas cuestiones ligadas a los paradigmas psiconáuticos: “Primero rever el término enteógeno. Creo que no nos hizo bien, nos endiosificó, ahora somos todos facilitadores de deidades. Y no era tan así”.
Otro término con el que discute su relevancia es ni más ni menos que “psicodélico”: “¿De qué hablamos realmente si hablamos de “psicodelos”? ¿Realmente lo que las experiencias develan es el psiquismo o es otro psiquismo para el cual no tenemos nombre ni capacidad de percibir? ¿O es una conjunción de ambas? Tenemos que volver a pensar qué es psicodelia.
No tengo mascotas, sino otras especies que se comunican conmigo. No tengo plantas en mi casa, tengo otra especie, posiblemente inteligente, sintiente, con la cual puedo alcanzar un grado de comunicación. Los pueblos originarios así lo hicieron durante milenios.
Primero, apartarla de la cuestión cultural, los colores rimbombantes, toda la etapa fosfénica. Y adentrarnos en los territorios concretos, en su topología. Por eso la “psiconáutica” es un término todavía a trabajar muchísimo. Pero, de vuelta, para eso hay que sacar carnet, tenés que tener horas de manejo. Y no todo el mundo puede. Yo no puedo manejar una Ferrari y tampoco puedo manejar un avión. O sea, ¿por qué todo el mundo podría manejar las experiencias psicodélicas de la misma manera? Cada uno la va a manejar como pueda. Pero hay terrenos en los cuales tenemos que volver a sentarnos a hablar. Necesitamos nuevas mesas de trabajo. Necesitamos salir de la pura experiencia. Tenemos que lograr establecer un parámetro más allá de lo subjetivo.
¿No crees importante el darle más lugar al silencio después de la experiencia “psicodélica”?
Exacto. Tenemos que salir del literalismo de la experiencia. Por eso, si bien yo puedo contarlas, no concibo su información de forma literal. Trato de que esas experiencias se acerquen más fuertemente al mundo de la micoosfera y a la concepción de “anima mundi”. Creo que podemos abandonar el tiempo de la adolescencia de la experiencia psicodélica. Hemos sido niños en el principio, en los 60. Creo que en los 70, en los 80, empezamos a adolecer, hasta ahora, el 2024. Es tiempo de plantarnos firmemente, en un proceso de crecer, para tratar de entender realmente con quiénes estuvimos comunicándonos durante todo este tiempo.
Vivencias de contacto
Casi al final del libro, en lo que podría ser tributario de la vasta tradición de narrativas occidentales de experiencias psicodélicas, Acevedo Peinado comparte un texto basado en notas que supo hacer de lo que aconteció con su ser ante el contacto con el universo psilocybe cubensis, a finales de los 90, en el marco de estudios de potenciales terapéuticos de sustancias psicotrópicas naturales, realizados bajo el cobijo comunitario de la “Fundación Mesa Verde”, un espacio interdisciplinario dedicado a estudios de la conciencia, la espiritualidad y la salud humanas del que fue uno de sus fundadores.
En la bitácora evocada se percibe el cuidado con el que el navegante escritor hizo que la belleza de otros mundos en este mundo, presente en el relato, antes que seducir de embriaguez paradisíaca, sea vehículo de acceso compartido, como concepto y lugar habitable, al propio “micoverso”, esa “red de conciencia interconectada que une todo el planeta”.
¿Cómo fue para tu vida lo que narrás en el capítulo “Inmersiones en el Micoverso”?
Lo que sentí en ese momento fue que por fin atestiguaba esa idea de la multiplicidad de lo uno. Eso se resumió con una frase: “Somos yo”. Eso me acompañó todo el tiempo. ¿Y cómo se transformó esa vivencia? Tratando de transmitirla de la forma lo más clara posible, para que otros puedan alcanzar también esa experiencia, que me transformó, completamente. Siempre cuento la historia que tanto en esos trabajos exhaustivos que hicimos con la “Fundación Mesa Verde”, como con otros que me tocaron hacer con los grupos originarios del Noroeste, una parte de mí quedó en esos lugares. Y creo que fue un sacrificio, un precio justo por adquirir ciertos conocimientos.
Te cuestionaste si el incluir este relato podía tener algún riesgo, en cuanto el ir hacia un lugar donde la literatura psicodélica tiene tanta tradición. Y que a veces puede ser una puerta abierta, tanto como una puerta cerrada a quedarse solo en lo que también puede ser la moda o la saga de los relatos psicodélicos. ¿No sentiste un riesgo ahi?
La sensación que tengo es que con el libro logré romper con el sistema tradicional de la narrativa psicodélica. Pero también tiene que ver con esas personas que de alguna manera fueron las que me formaron, como Richard Evans Schultes, los Wasson (Robert Gordon Wasson y a su esposa Valentina Pavlovna), Terence McKenna, Dennis McKenna, Rick Strassman y sobre todo los abuelos y abuelas con quienes conviví en las comunidades originarias.
Me hago preguntas todos los días. Pero me siento como aquellos primeros hombres que enfrentaron el mar. Creo lo que nos ha hecho evolutivamente especiales con respecto otras especies es esa necesidad de ir a donde nadie antes estuvo, de lograr ese desafío increíble de alcanzar espacios inalcanzables. Esa es la profunda sensación que tengo.
¿Y hay mucho por navegar todavía, no?
– Yo creo que realmente estamos recién empezando a preguntarnos cómo vamos a navegar, si es que vamos a navegar. La gran pregunta que me hago es hasta dónde llegaron estos abuelos. Y la otra pregunta que me hago es si aún conservamos memoria de dónde llegamos y estamos queriendo volver a ese lugar.
¿Crees que podemos volver?
Yo creo que sí, creo que estamos volviendo.
En una parte del libro hacés una comparación con la época del cristianismo primitivo, momento en que convivían muchas creencias y formas de agrupaciones que posteriormente fueron catalogadas como heréticas o paganas. Y decís que estamos en un tiempo parecido.
Totalmente. Estamos en pelotas. Todo nos viene bien, hasta encontrar una salida. Creo que estamos exactamente ahí. Y creo que esta vez, por fin, la salida puede hacer una combinación entre lo sensible y lo fáctico, entre la ciencia y la espiritualidad, como nunca antes la pudimos pensar.
Y si abordamos los desafíos que nos proponen estas entidades, tanto fungi como vegetales, realmente estamos ante el advenimiento de un nuevo tipo de conocimiento. Pero esta vez podemos lograr que nos ayude a atravesar el embudo de la botella. O lo hacemos nosotros, o lo hace la inteligencia artificial.
Nuestro más grande problema en este momento es la tecnología. No sólo somos hijos de la tecnología, sino que somos absolutamente dependientes de ella. Y eso nos pone en una situación extremadamente frágil. Por eso creo que volver a este universo, a estas posibilidades, es la única manera de enriquecer nuestra experiencia, empobrecida durante los últimos 500 años.
Evolución retro futurista
Acevedo Peinado ama las palabras, juega con ellas y durante la entrevista será filoso para demarcar los territorios que abren o clausuran algunos usos del lenguaje. Y si bien en el libro aparece, tal vez como gesto anfitrión de usar una lengua en común antes de dar paso a los cambios precisos, dirá que es mejor reemplazar “consumir” por “relacionarnos con”: “Ya consumimos demasiadas cosas. Así entramos en un discurso no hegemónico. Es seguramente un giro completamente decolonial”.
Y aunque pueda parecer poco, puede ser un movimiento drástico: “A través de esa palabra se forman nuestras ideas y pensamientos. Por eso, cuando hablamos de hongos, sobre todo los medicinales, tenemos que empezar a repensar qué implica la palabra medicina, lo cual nos lleva a repensar de qué estamos profundamente enfermos, no sólo como personas, sino como sociedad, como estructuras, como sinergias y como redes. Por eso, la idea colaborativa”.
Nuestro más grande problema en este momento es la tecnología. No sólo somos hijos de la tecnología, sino que somos absolutamente dependientes de ella. Y eso nos pone en una situación extremadamente frágil.
Venimos hablando fuertemente del paradigma colaborativo.
Pero tenemos que pasar de la palabra al hecho. Porque palabras tenemos muchas, son extremadamente bonitas y quedan bien. Pero ¿qué pasa cuando las llevamos realmente a lo concreto? ¿Qué cosa podemos plantearnos para empezar a pensar y a repensar todos estos temas, desde la cannabis hasta los hongos, pasando por los psicodélicos sacramentales hasta los sintéticos? ¿De qué estamos hablando cuando hablamos de esto?
En este cuestionarnos todo, la propia idea de la evolución lineal, tributaria de la sociedad occidental cientificista tecnológica, es puesta en cuestionamiento. También para situarnos en una historia de la percepción humana del universo. “Evolutivamente hablando, a diferencia de lo que muchos piensan, creo que las primeras etapas formativas, entre los 3 millones y los 80 mil años hacia atrás, tuvimos etapas de grandes desarrollos en este tipo de colaboración con el entorno y con este fenómeno de conciencia global”, asegura el autor de “Hongos sagrados” y aporta un concepto en colaboración virtuosa con uno de sus propios referentes:
“A esta teoría de McKenna, cuando piensa en el manjar de los dioses como lo que nos transformó, pienso aportar una idea muy disruptiva, avalada por estudios fisiológicos. Posiblemente la psilocina de los hongos se trata de una llave que nos permite disponer de algo que hasta el día de la fecha creíamos que sabíamos pero desconocíamos, que es nada más y nada menos que cómo utilizar las propias triptaminas endógenas que producimos en enorme cantidad. Y eso es un salto evolutivo”.
Estas ideas, que podrían parecer especulativas o lejanas, pueden llevarnos a hacer preguntas más sentidas…
Nos llevan a una posibilidad de un estar, de un “cosmovivir” más trascendente que el vacío actual que tenemos. Es muy factible que en nuestra historia evolutiva nos hayamos saltado un par de especies. Posiblemente algunas que hayan sido solamente homínidos, que hayan alcanzado estados de singularidad muy interesante. Y que esa gran ingesta durante millones de años de psicotrópicos, vegetales y fúngicos, hayan hecho que en un cerebro pequeño, hayan alcanzado el “efecto Lucy”, un efecto exponencial de neuroplasticidad muy alta.
¿Qué hubiera pasado con ese ser? ¿En qué se hubiera transformado? Bueno, a esa especie, que en etapas muy tempranas haya alcanzado el estado de Nirvana, la denomino Homo Nirvano, que haya alcanzado ese estado de completitud que en la Psicología hablaba Freud. Y que, de hecho, al pasar esos genes a otras especies, tanto Neanderthal como a la especie Sapiens, se haya transformado en algo tan increíble como lo que llamo Homo Divinorum. Tenemos resabios vestigiales de esas capacidades, que conocemos como parapsicológicas, que están siendo empezadas a estudiar sistemáticamente.
¿Tenés una visión esperanzadora en cuanto a investigaciones en estos campos que lleven a un lugar mejor a la humanidad?
Sí, totalmente. Primero, hay que tener en cuenta que no hay inocencia en ciertas cuestiones. El hecho que el reino fúngico hoy sea un trending topic, fundamentalmente como medicina, es un elemento que tenemos que tener en cuenta. Es muy esperanzador que esté ocurriendo. Y lo otro es que hay un vuelco muy grande, de la forma que sea, correcta e inclusive incorrecta, de mucha parte de la población a nivel mundial hacia las ideas de los pueblos originarios. Cada vez se busca más eso. Creo que sí, que hay una cuestión, que no me animo a decirle “esperanzadora”, más bien le llamo “presión evolutiva”. Hay una necesidad de ir en esa dirección.
Podría parecer que todos los signos o muchos signos de la actual civilización son muy densos…
Muy! Son momentos de inflexión. Nos aconteció el tema de las plantas maestras, a finales de los 80 hasta los 2010. Y ahora estamos en pleno proceso de las psilocibina. Y acá, algo interesante, por primera vez encontramos algo que está a mitad de camino entre lo zoológico y lo vegetal, de lo cual podemos tener disposición de una manera completamente sostenible.
Porque si pensamos en la ayahuasca, ya la diezmamos, el desastre ya lo hicimos. Si pensamos en las cactáceas mayores, ya lo hicimos. Si pensamos en otras plantas sacrales, las hemos llevado casi al grado de la extinción.
Pero con el reino fungi pasa algo completamente diferente: el micelio queda intacto, porque lo único que utilizamos son los cuerpos fructíferos, que es donde aparecen estas sustancias que nos permiten obtener el recurso.
Si pensamos en la ayahuasca, ya la diezmamos. Si pensamos en las cactáceas mayores, ya lo hicimos. Si pensamos en otras plantas sacrales, las hemos llevado casi al grado de la extinción. Con el reino fungi pasa algo diferente: el micelio queda intacto, porque lo único que utilizamos son los cuerpos fructíferos
Este sí es realmente un signo diferente.
Totalmente diferente, por eso soy un enamorado de la microdosificación. Porque finalmente pudimos entender que las experiencias macro posiblemente no eran el camino. Posiblemente las experiencias micro tengan el poder develador para llevarnos por fin en esa dirección.
La microdosificación, además, brinda experiencias que pueden ser asimiladas más pausadamente.
Exacto. Nos lleva a un aprendizaje a repetición, ensayo y error. Por eso no es un tratamiento, sino un entrenamiento. Porque pide de nosotros el 50 por ciento del trabajo. Y sin trabajo no hay microdosificación asistida posible.
En el libro te tomás una buena cantidad de páginas para hablar de formas conscientes de uso…
Porque la mayoría de la gente que lo usa silvestremente o se baja el protocolo de Fadiman o se baja el protocolo base de la gente que lo usa simplemente o se baja el protocolo de Stamets Y ya está le pega para adelante.
Lo que la gente no alcanza a entender es que un protocolo solo es una lista de procedimientos, que tiene que ser adaptado a cada persona en su singularidad. No hay una persona igual a otra, por lo tanto no puede haber una microdosificación asistida igual a otra.
Por eso decís que es necesario saber bien de con quién hacemos un trabajo terapéutico de este tipo.
Exactamente. Porque así como hoy sabemos que levantamos una baldosa y aparece un chamán que es “facilitador” de una planta sagrada, lo mismo ha ocurrido con el tema fungi. Y el peligro es que el proceso, que es poderoso, se desnaturalice y en esa banalización, termine de vuelta en el cajón de “no servía”.
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El autor ofrecerá una charla en vivo el viernes 4 de octubre a las 19 horas en el canal de You Tube de Otorongo Wasi.